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El Mar Dulce

Después de la reelección K: peronismo y opinión pública

Después de la reelección K: peronismo y opinión pública

Intervención de Jorge Raventos en el panel sobre El nuevo escenario político después de las elecciones, organizado por el Centro de Reflexión Segundo Centenario el 6 de noviembre de 2007 en la Universidad de Ciencias Económicas y Sociales. Participaron del panel Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese.

Ante la elección del 28 de octubre, el gobierno prefiere subrayar la diferencia entre la señora de Kirchner y su perseguidora más próxima, Elisa Carrió. (“Obtuvo la diferencia más importante entre primera y segunda minoría desde el año 1983). Hay otras lecturas. Una es esta: pese a la notable reactivación económica alentada por los altos precios mundiales de las materias primas, la señora de Kirchner obtuvo la segunda peor performance de un presidente de origen justicialista. La primera peor fue la de su esposo. Otra: con 8.156.000 sufragios recogidos en todo el país, la candidata oficialista obtuvo el respaldo de un 29 por ciento del padrón electoral:  2 de cada 7 inscriptos. Esos números le resultaron suficientes para sortear el ballotage porque la ley contabiliza los porcentajes no sobre el total del electorado, sino sobre los votos válidos positivos (es decir, excluidos los anulados y en blanco, que en estos comicios alcanzaron un 6 por ciento) y el ausentismo fue muy alto: sólo votó el 71,47 por ciento de los inscriptos. El rechazo de miles de ciudadanos a la carga pública de ser autoridades de mesa ya permitía prever que una ola mayor estaba discurriendo por debajo. Esa tendencia se manifestó en la elección del domingo 28 bajo diversas formas, desde el ausentismo hasta el voto negativo: se registró la segunda mayor abstención en elecciones presidenciales desde que impera la Ley Saenz Peña. Aquellos que votaron con los pies y rechazaron la elección  por ausencia, así como quienes rechazaron la carga pública estaban, probablemente produciendo “una demostración social de decepción sobre la naturaleza del comicio en trámite y una prueba sintomática de desconfianza en el sistema institucional de autoridad”. Irónicamente, expresando una desconfianza sobre el poder político, esa actitud ausentista benefició indirectamente a la candidata oficialista.Otro asunto. Si bien se mira, la victoria obtenida por la primera dama es la coronación de un fracaso. El kirchnerismo, desde el inicio de su gestión, procuró transformarse en expresión de algo nuevo (primero bautizado tarnsversalidad, más tarde concertación), diferenciado del peronismo. Tanto el presidente como su esposa tomaron distancia de las tradiciones y la simbología peronista, y dedicaron a muchos de sus dirigentes palabras y señales de cuestionamiento y desprecio, resumidas en aquellas alusiones a Don Corleone que la primera dama dedicaba dos años atrás a su antiguo benefactor, Eduardo Duhalde, y al denigrado “aparato bonaerense”. Como parte de ese diseño oficialista debe contabilizarse la atmósfera de sospecha y condena con la que, en virtud de sus vínculos con todo el peronismo (sin excluir por cierto el peronismo noventista), se puso en cuarentena al vicepresidente Daniel Scioli, se lo aisló con una burbuja sofocante en la que éste sólo consiguió sobrevivir merced a su imbatible vitalismo.Montado en el primer período de su administración sobre un fuerte apoyo de la opinión pública (cuyo núcleo decisivo son las clases medias y altas de las grandes ciudades), el kirchnerismo intentaba reconstruir desde arriba una suerte de neo-Alianza mientras, merced a ese respaldo y al manejo discrecional de una caja cuantiosamente nutrida por los ingresos de las exportaciones agrarias, mantenía disciplinado y anestesiado al movimiento justicialista.Ahora bien: no fue esa construcción transversal, concertadora y distanciada del peronismo tradicional lo que sostuvo el domingo 28 de octubre la performance electoral de la señora de Kirchner.  Si la candidata oficialista ganó sin necesidad de ballotage fue, además de por el beneficio que le reportó el marcado ausentismo,  merced al respaldo de los núcleos duros de lo que puede caracterizarse como el voto peronista del conurbano, conectado a las diversas “colectoras” del aparato que en su momento tributaba al duhaldismo bonaerense,  así como de buena parte del que se conecta con los gobernadores peronistas del noroeste y el noreste. La señora superó su marca general en las comunas gran bonaerenses conducidas por exponentes de aquel “aparato” que supo condenar y en aquellas provincias en las que gobernadores peronistas (a veces hasta hostigados desde la Casa Rosada) aportaron su organización y su clientela. En la provincia de Buenos Aires, por cierto, fue esencial la contribución de Daniel Scioli, que traccionó votos en beneficio del logro sin segunda vuelta de la candidata presidencial. El respaldo provino de aquello que el gobierno había atacado y lapidado. Y, como fenómeno complementario, lo que en su tiempo fuera la plataforma desde la que el kirchnerismo pretendía construir su transversalidad –la opinión pública de las ciudades- confirmó el domingo 28 su divorcio del oficialismo, una tendencia que venía observándose desde fines de 2006, cuando el plebiscito misionero frustró las aspiraciones a la reelección perpetua del gobernador Rovira y forzó a Kirchner a tomar medidas de emergencia. Ya había testimonios de ese deslizamiento, consolidado con el triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires, del ARI en Tierra del Fuego (con eje en Ushuaia) y el del socialismo en Rosario y Santa Fé. En estos comicios el kirchnerismo fue derrotado en todas las grandes ciudades. Si bien la boleta más empleada fue la boleta de Elisa Carrió, las clases medias urbanas buscaron distintas herramientas para el mismo objetivo. En Córdoba el instrumento elegido fue la boleta de Roberto Lavagna, que ganó la provincia y también la capital provincial, a caballo de un renaciente radicalismo y, sobre todo, del disgusto del peronismo cordobés con el kirchnerismo, expresado públicamente por el gobernador José Manuel De la Sota antes de los comicios.El retroceso marcado del oficialismo en el mundo de las clases medias urbanas talvez se resuma en la performance porteña del Frente para la Victoria, que el domingo 28 obtuvo menos votos y un porcentaje menor que en la primera vuelta de los comicios locales de cuatro meses atrás. El notorio, sostenido en el tiempo y probablemente definitivo divorcio entre el kirchnerismo y las clases medias urbanas es un dato significativo. Sin el respaldo de estos sectores el oficialismo pierde un instrumento que le había resultado esencial para disciplinar a gobernadores e intendentes y para mantener inmovilizado al peronismo.  Y lo pierde precisamente en el momento en que crece su dependencia del peronismo y cuando esa dependencia se vuelve muy notoria para los justicialistas y se observan presiones crecientes para la recuperación partidaria.. La construcción desplegada por los hermanos Rodríguez Saa, Carlos Menem y Ramón Puerta, más allá de los resultados electorales obtenidos, debe ser vista en esa perspectiva, lo mismo que los pronunciamientos públicos de De la Sota y los discretos movimientos de Juan Carlos Romero, Eduardo Duhalde y Rubén Marín o los aprestos que se observan en sectores del movimiento obrero.El oficialismo debe ahora digerir esta rara victoria que testimonia el fracaso de una opción política y prepararse para cargar con sus efectos, así como con las consecuencias de las políticas públicas aplicadas durante cuatro años, con tantas cuestiones ocultas bajo la alfombra. Es el precio del éxito.Un éxito que inquieta al gobierno, no lo tranquiliza. Vale la pena detenerse en sus relaciones con la llamada opinión pública. Actuando como vocero del mortificado sentimiento oficialista ante la nueva derrota sufrida en la Capital Federal ,  Alberto Fernández, les advirtió a los porteños que no deben “votar como si fueran una isla”. La frase es una mezcla de amenaza y oferta de protección. Más allá del estilo, lo peor del concepto reside en que se basa en un error. El comportamiento del electorado porteño sólo es comparable a una isla si se admite que esa isla forma parte de un enorme archipiélago que revela conductas políticas semejantes: el archipiélago de los grandes centros urbanos. En ese universo de millones de argentinos lo que es marcadamente minoritario es el voto por el oficialismo. La señora de Kirchner no sólo perdió (“por paliza”, diría su señor esposo) en la Ciudad Autónoma: cayó mucho más catastróficamente en Córdoba capital, por citar un caso. Fue derrotada en Rosario, Mar del Plata, La Plata (la ciudad donde cursó estudios de abogacía y quizás los completó), Bahía Blanca, Río Cuarto. En la ciudad de Buenos Aires recogió el sufragio de un 17,64 por ciento del padrón; en Río Cuarto un 17,75; en Córdoba capital, un 13,02 por ciento. Aún en provincias en las que se impuso, como Mendoza, lo que obtuvo en la ciudad capital (25,08 por ciento del padrón) estuvo muy por debajo de su promedio general y representa a uno de cada cuatro ciudadanos.El gobierno prefiere interpretar el fenómeno como la suma de hechos atomizados, determinado cada uno por una causa diferente. Pobre consuelo. Las clases medias de ciudades grandes y medianas del país han expresado claramente, a través de opciones electorales distintas, su divorcio de un gobierno al que, de acuerdo a las encuestas, había sostenido y respaldado durante una etapa anterior. Tanto, que el gobierno había proyectado apoyarse en ellas para dejar atrás sus vínculos con un peronismo al que maltrató, desorganizó y anestesió. En unos meses la tortilla se dio vuelta y el oficialismo, como la zorra de la fábula, al ver que ese voto de clase media se le ha tornado inalcanzable, decreta que está aislado, que está verde, que es “gorila”. Mientras la teoría que recita la candidata electa en sus discursos habla de “reconstruir el tejido social”, la praxis del kirchnerismo sigue empeñada en denigrar a quienes no e someten a su facción y en sostener una estrategia de división y enfrentamiento.Esta conducta, sumada al bochorno del domingo 28, augura para la mayoría de la población que ese día no votó por la reelección sui géneris sino en contra, que se avecina más de lo mismo.¿No es así, acaso?El oficialismo transita ahora por un limbo en el que debe encontrar un equilibrio nuevo en su cúspide y digerir el fracaso de su proyecto de mudanza del peronismo a la transversalidad. Como señalábamos, asistimos a una reelección sui géneris. una reelección por interpósita cónyuge. Y más allá de los discursos de la primera dama y presidenta electa, las consignas oficialistas que subrayaban la palabra cambio (“El cambio recién empieza”), parecen virar rápidamente al concepto de continuismo. Mientras la pareja presidencial realiza su asamblea de dos en Calafate para analizar los nombres del futuro gabinete, las versiones anticipan que  la mayoría de los ministros (incluyendo a los más expuestos y polémicos) permanecerán en sus puestos o, excepcionalmente, cambiarán de cartera. Por debajo de esa estólida insistencia en fórmulas fracasadas y de la lógica continuista, hay que descubrir las dificultades objetivas con que choca un régimen de la estrecha rigidez del kirchnerismo cuando se ve forzado a modificar, así sea mínimamente, los dispositivos de mando y administración del poder.  Este capítulo es, si se quiere, el inicio de una secuela: los mismos personajes, con leves cambios de roles, continúan tratando de hacer lo mismo, sólo que probablemente en circunstancias nuevas.¿Dónde está la novedad? En varios campos. El gobierno del doctor Kirchner se benefició con una situación internacional excepcional . Además,  en el plano interno fue premiado por una doble circunstancia: de un lado, tomaba un país que, a raíz de la crisis legada por el gobierno de la Alianza, producía muchísimo menos de lo que posibilitaba su capacidad instalada fortalecida con las grandes inversiones de la década del 90; además, sus logros se comparaban con uno de los momentos más bajos de las series productivas y distributivas. El rebote económica lucía más y mejor en esas circunstancias.El segundo período K se debe hacer cargo del hecho de que la inversión durante los años de este gobierno fue baja y de calidad irregular (muy impregnada por el peso estadístico de la construcción y los teléfonos celulares) y de que las empresas están trabajando al límite de la capacidad instalada. En cuanto a la inversión extranjera, el retroceso es dramático.Otros hechos: la inflación es un dato de la realidad, por más que la señora de Kirchner prefiera creerle a las cifras dibujadas del INDEC. Las pujas distributivas se acentuarán y en ese paisaje el kirchnerismo deberá asumir temas que en el primer período barrió bajo la alfombra, como la actualización de las tarifas, para citar sólo uno. Los líderes sindicales ya están dando el aviso: ni siquiera Moyano, entre ellos, cree en las cifras del INDEC. Y quieren compensar la inflación pasado y resguardarse de la que avizoran. La segunda presidencia K deberá, pues, hacerse cargo de desafíos de la realidad que serán más agudos que en la primera etapa, ya que serán consecuencia de ella.Esos desafíos no le impidieron, sin embargo, ganar la elección de octubre, ante la que pudo anotarse como éxito la fragmentación de las fuerzEntre peronismo y opinión pública es muy improbable que pueda haber identidades, pero nada impide pensar que puedan encontrarse convergencias y coincidencias.       En la década del 70 Perón  fue conciente de que el punto débil de la estrategia del antiperonismo más cerril (que él a esa altura caracterizaba, simplificando, con el nombre de Partido Militar) residía en la quiebra de éste con las clases medias urbanas, que experimentaban un proceso de “nacionalización”. Así, Perón tendió diversos y cambiantes puentes a esas clases medias, procurando así aislar decisivamente a su adversario principal. Uno de esos puentes fue la llamada Hora del Pueblo, una convergencia con el partido emblemático de la clase media, la UCR, y con virtualmente el conjunto del arco político. Se trataba de una convergencia política de orden democrático republicano, tendiente a aislar al llamado Partido Militar, a recuperar el orden democrático y a generar mejores condiciones de gobernabilidad tras las elecciones que inevitablemente sobrevendrían. No era una convergencia electoral: de hecho, el peronismo y la UCR (a la postre, Balbín y Perón) serían adversarios en los comicios de 1973.Cabe preguntarse si, ahora que han pasado las elecciones, las distintas fuerzas políticas opositoras (que pueden resumirse en la dupla peronismo y opinión pública) quieren, pueden y saben construir algo análogo, en condiciones de  limitar  el manejo arbitrario del poder y de forzar la reconstrucción democrática de los partidos políticos. Ese es un interrogante entre otros igualmente importantes que permiten configurar el escenario que se abre tras la reelección K. 

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