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El Mar Dulce

Después de la reelección K: peronismo y opinión pública

Después de la reelección K: peronismo y opinión pública

Intervención de Jorge Raventos en el panel sobre El nuevo escenario político después de las elecciones, organizado por el Centro de Reflexión Segundo Centenario el 6 de noviembre de 2007 en la Universidad de Ciencias Económicas y Sociales. Participaron del panel Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese.

Ante la elección del 28 de octubre, el gobierno prefiere subrayar la diferencia entre la señora de Kirchner y su perseguidora más próxima, Elisa Carrió. (“Obtuvo la diferencia más importante entre primera y segunda minoría desde el año 1983). Hay otras lecturas. Una es esta: pese a la notable reactivación económica alentada por los altos precios mundiales de las materias primas, la señora de Kirchner obtuvo la segunda peor performance de un presidente de origen justicialista. La primera peor fue la de su esposo. Otra: con 8.156.000 sufragios recogidos en todo el país, la candidata oficialista obtuvo el respaldo de un 29 por ciento del padrón electoral:  2 de cada 7 inscriptos. Esos números le resultaron suficientes para sortear el ballotage porque la ley contabiliza los porcentajes no sobre el total del electorado, sino sobre los votos válidos positivos (es decir, excluidos los anulados y en blanco, que en estos comicios alcanzaron un 6 por ciento) y el ausentismo fue muy alto: sólo votó el 71,47 por ciento de los inscriptos. El rechazo de miles de ciudadanos a la carga pública de ser autoridades de mesa ya permitía prever que una ola mayor estaba discurriendo por debajo. Esa tendencia se manifestó en la elección del domingo 28 bajo diversas formas, desde el ausentismo hasta el voto negativo: se registró la segunda mayor abstención en elecciones presidenciales desde que impera la Ley Saenz Peña. Aquellos que votaron con los pies y rechazaron la elección  por ausencia, así como quienes rechazaron la carga pública estaban, probablemente produciendo “una demostración social de decepción sobre la naturaleza del comicio en trámite y una prueba sintomática de desconfianza en el sistema institucional de autoridad”. Irónicamente, expresando una desconfianza sobre el poder político, esa actitud ausentista benefició indirectamente a la candidata oficialista.Otro asunto. Si bien se mira, la victoria obtenida por la primera dama es la coronación de un fracaso. El kirchnerismo, desde el inicio de su gestión, procuró transformarse en expresión de algo nuevo (primero bautizado tarnsversalidad, más tarde concertación), diferenciado del peronismo. Tanto el presidente como su esposa tomaron distancia de las tradiciones y la simbología peronista, y dedicaron a muchos de sus dirigentes palabras y señales de cuestionamiento y desprecio, resumidas en aquellas alusiones a Don Corleone que la primera dama dedicaba dos años atrás a su antiguo benefactor, Eduardo Duhalde, y al denigrado “aparato bonaerense”. Como parte de ese diseño oficialista debe contabilizarse la atmósfera de sospecha y condena con la que, en virtud de sus vínculos con todo el peronismo (sin excluir por cierto el peronismo noventista), se puso en cuarentena al vicepresidente Daniel Scioli, se lo aisló con una burbuja sofocante en la que éste sólo consiguió sobrevivir merced a su imbatible vitalismo.Montado en el primer período de su administración sobre un fuerte apoyo de la opinión pública (cuyo núcleo decisivo son las clases medias y altas de las grandes ciudades), el kirchnerismo intentaba reconstruir desde arriba una suerte de neo-Alianza mientras, merced a ese respaldo y al manejo discrecional de una caja cuantiosamente nutrida por los ingresos de las exportaciones agrarias, mantenía disciplinado y anestesiado al movimiento justicialista.Ahora bien: no fue esa construcción transversal, concertadora y distanciada del peronismo tradicional lo que sostuvo el domingo 28 de octubre la performance electoral de la señora de Kirchner.  Si la candidata oficialista ganó sin necesidad de ballotage fue, además de por el beneficio que le reportó el marcado ausentismo,  merced al respaldo de los núcleos duros de lo que puede caracterizarse como el voto peronista del conurbano, conectado a las diversas “colectoras” del aparato que en su momento tributaba al duhaldismo bonaerense,  así como de buena parte del que se conecta con los gobernadores peronistas del noroeste y el noreste. La señora superó su marca general en las comunas gran bonaerenses conducidas por exponentes de aquel “aparato” que supo condenar y en aquellas provincias en las que gobernadores peronistas (a veces hasta hostigados desde la Casa Rosada) aportaron su organización y su clientela. En la provincia de Buenos Aires, por cierto, fue esencial la contribución de Daniel Scioli, que traccionó votos en beneficio del logro sin segunda vuelta de la candidata presidencial. El respaldo provino de aquello que el gobierno había atacado y lapidado. Y, como fenómeno complementario, lo que en su tiempo fuera la plataforma desde la que el kirchnerismo pretendía construir su transversalidad –la opinión pública de las ciudades- confirmó el domingo 28 su divorcio del oficialismo, una tendencia que venía observándose desde fines de 2006, cuando el plebiscito misionero frustró las aspiraciones a la reelección perpetua del gobernador Rovira y forzó a Kirchner a tomar medidas de emergencia. Ya había testimonios de ese deslizamiento, consolidado con el triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires, del ARI en Tierra del Fuego (con eje en Ushuaia) y el del socialismo en Rosario y Santa Fé. En estos comicios el kirchnerismo fue derrotado en todas las grandes ciudades. Si bien la boleta más empleada fue la boleta de Elisa Carrió, las clases medias urbanas buscaron distintas herramientas para el mismo objetivo. En Córdoba el instrumento elegido fue la boleta de Roberto Lavagna, que ganó la provincia y también la capital provincial, a caballo de un renaciente radicalismo y, sobre todo, del disgusto del peronismo cordobés con el kirchnerismo, expresado públicamente por el gobernador José Manuel De la Sota antes de los comicios.El retroceso marcado del oficialismo en el mundo de las clases medias urbanas talvez se resuma en la performance porteña del Frente para la Victoria, que el domingo 28 obtuvo menos votos y un porcentaje menor que en la primera vuelta de los comicios locales de cuatro meses atrás. El notorio, sostenido en el tiempo y probablemente definitivo divorcio entre el kirchnerismo y las clases medias urbanas es un dato significativo. Sin el respaldo de estos sectores el oficialismo pierde un instrumento que le había resultado esencial para disciplinar a gobernadores e intendentes y para mantener inmovilizado al peronismo.  Y lo pierde precisamente en el momento en que crece su dependencia del peronismo y cuando esa dependencia se vuelve muy notoria para los justicialistas y se observan presiones crecientes para la recuperación partidaria.. La construcción desplegada por los hermanos Rodríguez Saa, Carlos Menem y Ramón Puerta, más allá de los resultados electorales obtenidos, debe ser vista en esa perspectiva, lo mismo que los pronunciamientos públicos de De la Sota y los discretos movimientos de Juan Carlos Romero, Eduardo Duhalde y Rubén Marín o los aprestos que se observan en sectores del movimiento obrero.El oficialismo debe ahora digerir esta rara victoria que testimonia el fracaso de una opción política y prepararse para cargar con sus efectos, así como con las consecuencias de las políticas públicas aplicadas durante cuatro años, con tantas cuestiones ocultas bajo la alfombra. Es el precio del éxito.Un éxito que inquieta al gobierno, no lo tranquiliza. Vale la pena detenerse en sus relaciones con la llamada opinión pública. Actuando como vocero del mortificado sentimiento oficialista ante la nueva derrota sufrida en la Capital Federal ,  Alberto Fernández, les advirtió a los porteños que no deben “votar como si fueran una isla”. La frase es una mezcla de amenaza y oferta de protección. Más allá del estilo, lo peor del concepto reside en que se basa en un error. El comportamiento del electorado porteño sólo es comparable a una isla si se admite que esa isla forma parte de un enorme archipiélago que revela conductas políticas semejantes: el archipiélago de los grandes centros urbanos. En ese universo de millones de argentinos lo que es marcadamente minoritario es el voto por el oficialismo. La señora de Kirchner no sólo perdió (“por paliza”, diría su señor esposo) en la Ciudad Autónoma: cayó mucho más catastróficamente en Córdoba capital, por citar un caso. Fue derrotada en Rosario, Mar del Plata, La Plata (la ciudad donde cursó estudios de abogacía y quizás los completó), Bahía Blanca, Río Cuarto. En la ciudad de Buenos Aires recogió el sufragio de un 17,64 por ciento del padrón; en Río Cuarto un 17,75; en Córdoba capital, un 13,02 por ciento. Aún en provincias en las que se impuso, como Mendoza, lo que obtuvo en la ciudad capital (25,08 por ciento del padrón) estuvo muy por debajo de su promedio general y representa a uno de cada cuatro ciudadanos.El gobierno prefiere interpretar el fenómeno como la suma de hechos atomizados, determinado cada uno por una causa diferente. Pobre consuelo. Las clases medias de ciudades grandes y medianas del país han expresado claramente, a través de opciones electorales distintas, su divorcio de un gobierno al que, de acuerdo a las encuestas, había sostenido y respaldado durante una etapa anterior. Tanto, que el gobierno había proyectado apoyarse en ellas para dejar atrás sus vínculos con un peronismo al que maltrató, desorganizó y anestesió. En unos meses la tortilla se dio vuelta y el oficialismo, como la zorra de la fábula, al ver que ese voto de clase media se le ha tornado inalcanzable, decreta que está aislado, que está verde, que es “gorila”. Mientras la teoría que recita la candidata electa en sus discursos habla de “reconstruir el tejido social”, la praxis del kirchnerismo sigue empeñada en denigrar a quienes no e someten a su facción y en sostener una estrategia de división y enfrentamiento.Esta conducta, sumada al bochorno del domingo 28, augura para la mayoría de la población que ese día no votó por la reelección sui géneris sino en contra, que se avecina más de lo mismo.¿No es así, acaso?El oficialismo transita ahora por un limbo en el que debe encontrar un equilibrio nuevo en su cúspide y digerir el fracaso de su proyecto de mudanza del peronismo a la transversalidad. Como señalábamos, asistimos a una reelección sui géneris. una reelección por interpósita cónyuge. Y más allá de los discursos de la primera dama y presidenta electa, las consignas oficialistas que subrayaban la palabra cambio (“El cambio recién empieza”), parecen virar rápidamente al concepto de continuismo. Mientras la pareja presidencial realiza su asamblea de dos en Calafate para analizar los nombres del futuro gabinete, las versiones anticipan que  la mayoría de los ministros (incluyendo a los más expuestos y polémicos) permanecerán en sus puestos o, excepcionalmente, cambiarán de cartera. Por debajo de esa estólida insistencia en fórmulas fracasadas y de la lógica continuista, hay que descubrir las dificultades objetivas con que choca un régimen de la estrecha rigidez del kirchnerismo cuando se ve forzado a modificar, así sea mínimamente, los dispositivos de mando y administración del poder.  Este capítulo es, si se quiere, el inicio de una secuela: los mismos personajes, con leves cambios de roles, continúan tratando de hacer lo mismo, sólo que probablemente en circunstancias nuevas.¿Dónde está la novedad? En varios campos. El gobierno del doctor Kirchner se benefició con una situación internacional excepcional . Además,  en el plano interno fue premiado por una doble circunstancia: de un lado, tomaba un país que, a raíz de la crisis legada por el gobierno de la Alianza, producía muchísimo menos de lo que posibilitaba su capacidad instalada fortalecida con las grandes inversiones de la década del 90; además, sus logros se comparaban con uno de los momentos más bajos de las series productivas y distributivas. El rebote económica lucía más y mejor en esas circunstancias.El segundo período K se debe hacer cargo del hecho de que la inversión durante los años de este gobierno fue baja y de calidad irregular (muy impregnada por el peso estadístico de la construcción y los teléfonos celulares) y de que las empresas están trabajando al límite de la capacidad instalada. En cuanto a la inversión extranjera, el retroceso es dramático.Otros hechos: la inflación es un dato de la realidad, por más que la señora de Kirchner prefiera creerle a las cifras dibujadas del INDEC. Las pujas distributivas se acentuarán y en ese paisaje el kirchnerismo deberá asumir temas que en el primer período barrió bajo la alfombra, como la actualización de las tarifas, para citar sólo uno. Los líderes sindicales ya están dando el aviso: ni siquiera Moyano, entre ellos, cree en las cifras del INDEC. Y quieren compensar la inflación pasado y resguardarse de la que avizoran. La segunda presidencia K deberá, pues, hacerse cargo de desafíos de la realidad que serán más agudos que en la primera etapa, ya que serán consecuencia de ella.Esos desafíos no le impidieron, sin embargo, ganar la elección de octubre, ante la que pudo anotarse como éxito la fragmentación de las fuerzEntre peronismo y opinión pública es muy improbable que pueda haber identidades, pero nada impide pensar que puedan encontrarse convergencias y coincidencias.       En la década del 70 Perón  fue conciente de que el punto débil de la estrategia del antiperonismo más cerril (que él a esa altura caracterizaba, simplificando, con el nombre de Partido Militar) residía en la quiebra de éste con las clases medias urbanas, que experimentaban un proceso de “nacionalización”. Así, Perón tendió diversos y cambiantes puentes a esas clases medias, procurando así aislar decisivamente a su adversario principal. Uno de esos puentes fue la llamada Hora del Pueblo, una convergencia con el partido emblemático de la clase media, la UCR, y con virtualmente el conjunto del arco político. Se trataba de una convergencia política de orden democrático republicano, tendiente a aislar al llamado Partido Militar, a recuperar el orden democrático y a generar mejores condiciones de gobernabilidad tras las elecciones que inevitablemente sobrevendrían. No era una convergencia electoral: de hecho, el peronismo y la UCR (a la postre, Balbín y Perón) serían adversarios en los comicios de 1973.Cabe preguntarse si, ahora que han pasado las elecciones, las distintas fuerzas políticas opositoras (que pueden resumirse en la dupla peronismo y opinión pública) quieren, pueden y saben construir algo análogo, en condiciones de  limitar  el manejo arbitrario del poder y de forzar la reconstrucción democrática de los partidos políticos. Ese es un interrogante entre otros igualmente importantes que permiten configurar el escenario que se abre tras la reelección K. 

La historia y la política argentina a la luz del plebiscito misionero

La historia y la política argentina a la luz del plebiscito misionero


Diálogo con el editorialista político de LA CAPITAL, Jorge Raventos

por Oscar Lardizábal




(publicado en La Capital de Mar del Plata, 08.11.06)


¿Cómo interpretar el silencio del presidente Néstor Kirchner después de Misiones? ¿Qué es la alternancia? ¿Son necesarios la política y los políticos? ¿Qué tiene que ver la religión? ¿Hay algún punto en común entre la poesía y la política? ¿Y entre la política y el teatro de Bergman? ¿Cómo relacionar a Roca, a Perón y a China en un mismo pensamiento?

Preguntas tan disímiles y hasta dispersas adquieren ilación y sentido en este diálogo con Jorge Raventos –editorialista político de LA CAPITAL e integrante del Centro de Reflexión Política "Segundo Centenario"–, en el que la reciente elección en la provincia norteña aparece encadenada con el proceso político histórico de la Argentina, desde Rosas hasta el "que se vayan todos" del 2001, pasando por el ideario constitucional de Alberdi, la institucionalización del país y aquella frase de Perón de que "la organización vence al tiempo".

- Rovira fue derrotado en Misiones. Fellner y Solá ya se bajaron de la reelección. ¿Qué está sucediendo en la política argentina?

- El sistema institucional tiende a ponerle límites a la voluntad de poder. Esta no es mala en sí misma, pero es mejor si funciona dentro de un sistema, donde pueda ser controlada y balanceada. Los estadounidenses dan por sentada la voluntad de poder y tampoco consideran malo el egoísmo, porque creen en que, a través de un sistema de equilibrio de poderes, el egoísmo de cada una de las partes termina jugando a favor de la construcción social. Cada una de las partes trata de mejorar su posición, pero cuando se va a pasar de la raya, el equilibrio del sistema hace que aparezca otro.

- Alguna vez leí un comentario tuyo en el que comparabas el sistema político con la poesía.

- Sí, es como un soneto, que te permite hacer poesía, pero te impone normas en la escritura. Es así que cuando hay un buen poeta, esos límites le ponen más fuerza a la poesía. Un buen sistema político tiene los dos elementos: el alma y los límites.

- Hablamos entonces de que esa alma es la vocación política, la vocación de poder... porque en un soneto se puede respetar una métrica, pero puede ser que no tenga creatividad y menos espíritu.

- También vale otra comparación con el teatro. Una vez leí el juego que se daba con las mejoras obras del director sueco Ingmar Bergman. Los actores que dirigía en Estocolmo querían pelear por una puesta en escena lo más libre posible, pero él hacía puestas en escena muy marcadas, muy estructuradas. Entonces los actores se rebelaban contra los límites. Pero de esa tensión entre el límite y la libertad, y lo reconocía el mismo Bergman, se daba una obra con un gran potencia. De no existir ese límite, esa potencia pudiera derramarse, perderse.

- De aquí que en Estados Unidos sólo hay una reelección y después de dos períodos no pueden volver a presentarse. Por ejemplo, pasó con Bill Clinton, retirado relativamente joven.

- Esto era en Estados Unidos una ley no escrita hasta (Franklin Delano) Roosevelt que aspiró a una tercera presidencia y lo consiguió. Pero después de eso se impuso como ley del sistema político que no hubiera más de dos mandatos del mismo presidente.

- ¿Cómo surge la idea de la alternancia para la presidencia argentina?

- Cuando Alberdi inspiró la Constitución argentina, él entendía que en esta nación necesitábamos un presidente que tuviera el poder de un monarca, pero poniéndole un límite y así propuso la reelección alternativa. En Alberdi había mucho de creatividad, pero también el sistema norteamericano era su ejemplo básico. Y se daba cuenta que para constituir la Nación se debían tomar en cuenta factores reales: el país había vivido la larguísima dictadura de Rosas por lo que había una gran resistencia a un poder personal. La Constitución debía tener un mecanismo para contrarrestarlo.

Además estaba la pelea entre Buenos Aires, aún no federalizada y el interior. Había que darles garantías a las provincias porque el Senado se convirtió en una cámara con mucho poder, donde se igualaban las representaciones de la provincias, no haciéndolas proporcional a la población como sí debía suceder con la Cámara de Diputados.

- Entramos en el tema de los pesos y contrapesos de un sistema político.

- Claro. Alberdi buscó pesos y contrapesos siguiendo la lógica de la Constitución norteamericana, pero teniendo en cuenta que la fuerza central del sistema saldría de las fuerzas que habían peleado contra Rosas, y que estaban tanto en Buenos Aires, el unitarismo, como en el interior, esto es el federalismo provinciano.

- ¿En la Constitución de 1853 se busca una conjunción de las dos cosas, entonces?

- Alberdi decía que esta sociedad que venía de tiempos de anarquía y de guerras civiles debía ser gobernada por una figura fuerte. El hablaba de un monarca constitucional. Pero también había que evitar que se eternizara en el poder. De aquí la idea de la alternancia.

- Sí, pero Roca, con quien primero se dio la alternancia en la historia argentina, siguió dominando aún en el tiempo entre su primera y su segunda presidencia.

- Bien, pero diferenciemos entre poder y autoridad. Autoridad es algo que se puede tener contando con los instrumentos de poder o sin ellos. Esta cuestión es clara con Perón, el segundo y último presidente en alternancia de la Argentina hasta hoy. Lo echaron, lo maltrataron, vivió en el exilio como un paria, pero mucha gente lo seguía considerando como su líder, y él, aún así, manejaba algunos hilos de la política nacional.

- Tenía la autoridad, pero se le negaba el poder.

- En los idiomas sueco y alemán se usan distintas palabras para decir poder: una cosa es el poder en el sentido político institucional, para lo que se usa la palabra makt. Se la usa para expresar que alguien llegó al poder o tomó el poder. Pero luego está la palabra kraft. Este es el poder tuyo, tu capacidad de hacer cosas, de tener autoridad para hacer cosas y no por una circunstancia institucional. De la Rúa es el ejemplo de quien tenía makt pero no kraft. Perón tenía el kraft, la autoridad, el liderazgo, pero durante 18 años le negaron el makt. Y éste va a caer en sus manos después de 18 años de desgobierno, crisis, proscripciones y distintas fórmulas para resolver la cuadratura del círculo que significaba una democracia que proscribía al menos a una persona, a Perón. Fue así como Illia llegó a la presidencia. Y también se olvida que si Cámpora llegó a la presidencia fue porque Perón estaba proscripto.

- Un buen conductor deja una organización tras de sí. Perón decía que la organización vence al tiempo...

- Pero esa organización cuando él murió no se había conseguido. Había que pasar del movimiento gregario –la grey que sigue a un pastor– a uno organizado. Y este paso no era ni es nada sencillo. Es interesante ver las cosas más allá de la Argentina, tomando en especial el caso de China, donde tenés en principio un movimiento ideológico basado en el liderazgo de Mao, liderazgo que sigue siendo respetado en su legado histórico: porque la construcción de la China moderna es la que hizo el Partido Comunista primero con la jefatura de Mao, después con el liderazgo de Zeng Xiao Ping, quien pese a haber sido víctima de la Revolución Cultural logró hacer un giro hacia una política moderada, hacia las reformas de libertad de mercado y aún capitalismo, pero sin atacar el pasado común, simplemente hace un cambio de rumbo. A la muerte de Zeng, China queda en las manos institucionales del Estado, del Partido Comunista, y también de las reglas del mercado. Si hoy se pregunta quién es el actual líder de China hay que pensarlo dos veces. En el caso de China, con paciencia y voluntad, la organización ha vencido al tiempo.

- Sí, pero en un país con chinos.

- No... México es otro ejemplo. El México que surge de la Revolución, ya que hacen algo parecido a lo de Alberdi. En realidad más radical porque el presidente podía ser una sola vez, si bien luego el PRI impuso el "destape", que quien estaba en el poder señalaba a su sucesor.

- No puede ocurrir que en política exista la conducta ética, el desapego al poder, y que éste sólo tenga que ser resultado de un límite que el sistema político le ponga al egoísmo.

- Entre esos pesos y contrapesos, deberíamos contar con valores de este tipo, es cierto. Pero no estamos acostumbrados a verlo porque la sociedad nuestra –en general todas las sociedades occidentales– se fueron secularizando y se fueron perdiendo los vínculos entre la política y la religión y los valores religiosos, porque éstos son un eje cultural en toda sociedad, marcan un límite de carácter ético. Esto está muy presente en los países musulmanes. También en los budistas, en India, por caso. Y está presente en los Estados Unidos, con una presencia muy fuerte del pensamiento religioso, que se refleja en su Constitución.

- ¿Y en el caso de la Argentina?

- Nosotros tenemos en la Constitución el concepto de que Dios es la fuente de toda razón y justicia, pero la sociedad moderna fue perdiendo esto, que hubiera sido un límite de carácter ético y cultural para aventuras en la política y en los gobiernos que esos valores del catolicismo y del cristianismo en general no acompañan.

Inclusive es posible que estemos asistiendo desde hace unos años a una lenta recuperación de esos valores y que esto contribuya a que los sistemas políticos que se vaya configurando en la Argentina en los años próximos sean equilibrados, más justos. Pero son límites que pone la sociedad. Cuando la sociedad se barbariza ella misma, el poder es posible que refleje esa barbarización, se vuelva falto de equilibrios y de criterios solidarios o altruistas. En suma, una sociedad más corrompible.

- ¿Reside en estos conceptos el tan mentado pero inasible poder de la Iglesia?

- En el caso de la Iglesia el makt, el poder institucional es muy poco en realidad. Lo que tiene la Iglesia es kraft, autoridad: cuando un millón de personas marchan entre la ciudad de Buenos Aires y Luján, a ese millón no lo llevan en camiones, no es el resultado de un aparato de poder que se haya puesto en funcionamiento para movilizar a toda esa gente. Esa gente va llamada por un mensaje al que cada persona le asigna un valor y una autoridad. La Iglesia es mediadora de ese mensaje, es un mensaje que viene de más allá.

- ¿Qué se puede comentar de la relación entre ética y política?

- Con la ética a veces se da un desplazamiento del juicio en relación con la política. Si uno dice que hay un tipo con un elemento filoso que le abre el cuerpo a una persona viva que yace acostada, el juicio inmediato es el de decir: es un canalla, un asesino. Pero no: se trata de un cirujano. Lo que esperamos es que sean buenos cirujanos. Y los juzgamos por esto, no porque corte. Cada actividad tiene una ética propia; los escritores mienten cuando escriben ficción. Y los actores se hacen pasar por otras personas, cuando en otros casos a quien se hace pasar por otro o se los pone presos o en un manicomio. No aplicamos las normas de la vida cotidiana en todos los casos, hay casos que aplicamos una norma especial. Si aplicáramos la norma de que en ningún caso podés cortar el cuerpo de otro con un cuchillo, no existirían los médicos, ni los cirujanos.

En el caso de la política, la norma que habría que aplicar es pedir que los que practican la política, que deben tomar la decisión por otros, en principio tomen buenas decisiones. Si a los políticos les aplicamos las normas de las personas comunes no habría políticos, porque en el caso de los políticos toman decisiones ante conflicto de intereses y alguien, con su decisión, siempre habrán de afectar. Si en el contexto del manejo del poder quiero aplicarle una norma común de una corporación a otra corporación cometería un error. Quiero llegar a que lo que se llama "moralismo" es una manera desviada de hacer política. Una cosa es reclamarle al político que esté inspirado por la ética y los principios, que sea decente, pero otra cosa es castigarlo por las decisiones que toma.

- Conclusión: mal que nos pese la política y los políticos son necesarios.

- Obvio. El poder es necesario. Una sociedad sin poder es una sociedad en la que no se puede vivir.

- En este punto, se puede asociar la charla con el "que se vayan todos" del 2001.

- Sí, porque después de decir "que se vayan todos" y que se hayan ido todos, hay que ordenar las cosas. Hay un momento de crisis y una situación caótica, pero ahora yo me vuelvo a casa y que otro se ocupe de ordenar las cosas. Es válido que si los que decían que se vayan todos se disponen a conquistar la voluntad de la gente, a generar poder en el sentido de kraft, que otros acepten su autoridad y que lo acepten como guía, de modo tal de lograr que lo elijan en un proceso electoral democrático. Pero si todo el mundo se va a su casa y deja el espacio vacío, alguien se va a ocupar. Y si no se ocupan los que se creen mejores, se ocupan los que se ocupan.

- Entonces, hilando lo conversado, hizo bien (el obispo emérito de Iguazú, Joaquín) Piña, primero en involucrarse, y luego plantándose ahí, como sacerdote y no político.

- Hizo bien. El ha probado dos cosas. Creo que su ejemplaridad muestra una doble función: mostró que se podía meter y asumir el compromiso. De este modo fue ejemplar para aquéllos que tienden a no meterse, los que siguen en el "no te metás. Fue al frente y al mismo tiempo mostró autolimitación. Fue al frente porque en Misiones había una situación de grave riesgo institucio
nal. Ahora, derrotado ese riesgo, esto tiene efectos sobre todo el país y es el momento de que los laicos se metan. Creo que fue muy oportuna la reunión del cardenal Bergoglio planteando la participación de los laicos católicos en la vida pública, tanto en funciones representativas como en ONG en todo lo que hace al tejido de la organización social.


La marihuana y el mito de las drogas blandas

La marihuana y el mito de las drogas blandas





 

                                                                                     

por Cristina Noble

Este artículo fue escrito por Cristina a principios de 2005 y -misterios de la resistencia a hablar del tema- fue rechazado en varios de los medios en los que ella publicaba habitualmente sus colaboraciones entonces. Se verá toda la vigencia que mantiene.



La marihuana es una droga pesada, peligrosa, capaz de provocar distintos
tipos de patologías psiquiátricas. Contrariamente a lo que suele
divulgarse, el cannabis, como cualquier droga que afecta el Sistema Nervioso
Central, no es inocua, y mucho menos la especie que circula en la actualidad: si cualquier tipo de marihuana puede causar alteraciones mentales, la que se
comercializa hoy en día tiene un efecto tóxico mayor.
No es la misma marihuana la que se consumía en los sesenta y setenta, en
los tiempos del "flower power", que la que hoy en día se vende a la
salida de los colegios. La diferencia radica en la concentración de THC -
tetrahidrocannabinol, la sustancia psicoactiva principal del cannabis.
Veamos; mientras un "porro" actual normalmente contiene un 20 por
ciento de THC, en los sesenta, el porcentaje estaba entre un 0,5 y un 3 por
ciento.
En el último informe de la Academia de Ciencias de Francia se afirma que
la especie "cannabis roja" que está a la venta puede tener un 20 % de concentración de THC, lo cual induce a la Academia a considerar que "el control de esa sustancia representa sin duda una urgencia sanitaria".
¿Cómo actúa el THC en el Sistema Nervioso Central? Modificando los códigos
de percepción. Para decirlo en otros términos, cambia la manera en como la
información sensora llega y es procesada por el hipocampo. El hipocampo es
un componente del sistema límbico del cerebro que es crucial para el
aprendizaje y la integración de experiencias sensoriales con emociones y
motivaciones. Las neuronas del sistema de procesamiento de información del
hipocampo y la actividad en las fibras nerviosas son reprimidas por el THC
causando una percepción distorsionada de la realidad, como por ejemplo,
dificultad para pensar , pérdida de la memoria, de la coordinación,
ansiedad y ataques de pánico.
La descripción de los investigadores Jaffe & Cols reseñada en una
monografía de divulgación masiva"Addictions", sintetiza los efectos que
produce una intoxicación aguda por cannabis. Dice en un párrafo: "Si usted
fuma un cigarrillo medio (que contenga unos 10 mg de THC) notará en seguida
cómo le incrementa el pulso, quizá inicialmente tendrá una vaga sensación
de que el tiempo se vuelve más lento…si continúa fumando las sensaciones auditivas, del gusto, del olfato y del tacto le parecerán más vivas…a veces le darán ataques de risa sin motivo aparente. Usted quizás se preocupará por sus
fallas en la memoria, o por la imposibilidad de lograr un mínimo de
concentración; a veces se dará cuenta de que no puede recordar lo que
acaban de decirle (como si fuera un anciano), tampoco podrá terminar una
explicación que había comenzado. Incluso puede experimentar sensaciones
desagradables o espantosas, sintiendo sospechas irracionales en su torno…Si
usted es sensible a la droga, los cambios en la percepción y en las
sensaciones pueden producirle ansia, pánico, sentimientos de persecución;
podrá escuchar voces y ver imágenes inexistentes…incluso puede creer que se
está volviendo loco…"
El médico psiquiatra José Capece, vicepresidente del capítulo de
drogadependencia de APSA, (Asociación de Psiquiatras de Argentina)
advierte: "Actualmente sabemos que la marihuana –la droga ilegal más aceptada socialmente- es responsable de un 8 % más de episodios psicóticos que los que ocurren entre la población que no la usa; sabemos que produce
dependencia y presenta problemas de abstinencia. La típica lentitud motora
que causa el cannabis aumenta los riesgos de accidentes. El más frecuente
de los efectos es el llamado síndrome amotivacional que se presenta en más del 50 % de los consumidores frecuentes de marihuana. Se caracteriza
específicamente por la falta de iniciativa. Uno percibe una verdadera
amputación de los aspectos más exquisitos de la condición humana y es esto
lo que a mi criterio la hace una droga taimadamente mentirosa. Por un lado
da la ilusión, en lo inmediato, de aumentar la intensidad de lo percibido,
y este mismo proceso conduce al aislamiento y a un ensimismamiento peligroso, a una vida psíquica cada vez más empobrecida. Así, nos encontramos con gente abúlica, sin interés. Quizás no llegan a la depresión, es más sutil: es gente que no puede quejarse; no cuestiona ni intenta modificar nada porque no puede".
Un informe publicado a fines del año pasado en el British Medical Journal, no
difundido en nuestro país, advierte que "la depresión y la
esquizofrenia en el futuro son algunos de los riesgos que corren los
adolescentes fumadores habituales de cannabis". El consumo frecuente de
esta droga incrementa el riesgo de padecer depresión y ansiedad en la edad
adulta, también se advierte. Dichos efectos deletéreos parecen depender del
THC que aumenta la liberación de dopamina en el tracto mesolímbico
cerebral, con un mecanismo similar al de cuadros psicóticos.
Explica el doctor Manuel Luis Martí, docente de medicina en la UBA y en la
UCA, que de acuerdo a un estudio realizado en Suecia y publicado recientemente, obre más de 50.000conscriptos seguidos durante 30 años, "se demuestra en forma clara ue la marihuana se asocia con un riesgo aumentado de desarrollar esquizofrenia en elación con la cantidad empleada de la droga. Asimismo, se pone en evidencia que las lteraciones psiquiátricas no dependen de la utilización de otras drogas ni de los rasgos e personalidad anteriores a la enfermedad. En Holanda, donde el problema de las adicciones se ha incrementado a partir de la liberalización de su uso, un estudio de 4000 personas seguidas durante 3 años demostró asimismo una estrecha relación
entre marihuana y psicosis, quedando en claro que la duración de la
exposición a la droga predecía la intensidad de la patología psiquiátrica".
El doctor Martí subraya además que diferentes estudios publicados en los
últimos dos años evidencian como factor común para la aparición de los trastornos psiquiátricos el uso precoz del tóxico, aún en dosis mínimas como 3 cigarrillos (no por día, sino como dosis total). Los riesgos de sufrir fuertes depresiones y el incremento de ideas suicidas entre consumidores adolescentes son otros aspectos que señalan las investigaciones.
Según reseñan diversas investigaciones, la cannabis produce una
hipermanifestación del estado de ánimo del sujeto previo a la intoxicación;
esto sería particularmente importante en los casos con una situación
depresiva previa, por ejemplo.
"Nos matamos los viernes a la noche; primero empezamos con la birra y
después viene lo demás", admite Ignacio I., 17 años. Lo demás es la
marihuana, la droga más popular en los sectores jóvenes por su bajo costo,
fácil acceso y su fama de inocua.
La desinformación hace que muchos compren el argumento de que el cannabis no es riesgoso en sí mismo, y que no crea adicción; el único problema, se dice, es que resulta la puerta de ingreso al consumo de otras sustancias más pesadas como la cocaína o el éxtasis. Y sin embargo, esto no sería así: la marihuana es adictiva de acuerdo a investigaciones efectuadas recientemente. Según un trabajo publicado en noviembre último en "Nature Neuroscience", el cannabis crea más dependencia que lo que se pensaba. La investigación, realizada en monos, ha revelado que los animales se
"enganchan" al cannabis con tanta intensidad como lo hacen con la cocaína.
Además, realizaron otro experimento con ratones para identificar el
mecanismo cerebral que determina la adicción al THC. Después de haber sido
inyectados con esta sustancia, la búsqueda de esta droga y sus efectos
persistía, sólo cuando los ratones fueron inoculados con una suerte de
valla química del receptor cerebral de tetrahidrocannabinol. Sólo después de
recibir esta inyección los monos perdieron interés por la droga y se
calmaron.
El tetrahidrocannabinol se absorbe con rapidez y puede ser retenido
durante 45 días o más después de ser asimilado, lo que complica el cuadro de los fumadores habituales de marihuana por la acumulación tóxica del
tetrahidrocannabinol en el organismo. Debido a la elevada liposibilidad de
los cannabinoles (fijación en los tejidos grasos) se estudia los efectos
indeseables provocados a la eventual acumulación en el organismo. Esto
explica, en parte, el difícil y lento proceso de desintoxicación y la
necesidad de evitar la recaída.
De modo que la dependencia que crea la marihuana sería evidente; sólo
largos y costosos tratamientos podrían neutralizar la adicción de los
consumidores a esta droga mal llamada liviana. ¿A qué se debe entonces la
buena fama del cannabis y la atmósfera de tolerancia social hacia su
consumo que se vive en la Argentina?
El doctor Capece cree que "la apropiación de un discurso más permisivo por
parte de importantes sectores de nuestra comunidad no es casual " y aunque
afirma no creer en teorías conspirativas, dice que no es bueno ser ingenuo:
"Han de existir poderosos intereses: de sólo pensar en el dinero que está en
juego, es lógico creer que existen. Los expertos hablan de verdaderas operaciones de prensa para promocionar el consumo…"
Una promoción que tiene un éxito visible entre los más jóvenes: basta
recorrer distintos centros bailables de la Capital y el conurbano los fines
de semana para darse cuenta; cientos de chicos quedan a la deriva tras un
cóctel de marihuana y alcohol; algunos logran treparse a un taxi que lo
devuelva a casa; otros quedan desplomados en portones y veredas hasta que
el sol los recupera o alguien se apiada de ellos.



ARGENTINA: CADA VEZ SON MÁS CHICOS
LOS QUE CONSUMEN MARIHUANA


Una investigación de Sedronar –Secretaría de Programación para la
Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico- centrada el último año en la población estudiantil de todo el país indicó que un 1.5 % de los chicos comprendidos entre 12 y 14 años había consumido drogas ilegales; cifra que escala a casi un 6 % tratándose de jóvenes incluidos entre los 15 y 16 años y llega al 10,4 por ciento en la franja que va de los 17 a los 18 años. Y la marihuana es la más consumida.
El gobernador Felipe Solá reconoció recientemente que, en su provincia,
Los jóvenes compran drogas con la misma facilidad con que se adquiere un cigarrillo.
Vale agregar que lo mismo ocurre en la Capital y en los principales centros urbanos de todo el país.
Un estudio realizado por la subsecretaría de Lucha contra la Drogadicción
reveló que el 10% de los estudiantes secundarios bonaerenses probó sustancias
prohibidas por lo menos una vez. En la provincia de Buenos Aires, la
marihuana, también es la más difundida de las drogas entre los
adolescentes.
El ministro de Interior, Aníbal Fernández, dispuso en las últimas semanas dejar de reprimir “a los perejiles”; se refería, aclarí, a “los pequeños comerciantes y los adictos tenedores”. La Asociación antidrogas de la República Argentina cuestionó severamente esa decisión, ya que estimó que precisamente esa es la franja que vende a los jóvenes al menudeo “La medida que ejecuta el Ministro del Interior condena a una muerte segura a cientos de jóvenes, quedando él como único responsable de permitir el accionar de una asociación ilícita, que ofrece drogas en cada esquina de la Capital Argentina”, declaró la institución.



LOS BEBÉS Y EL CANNABIS

Otro aspecto a considerar del consumo de marihuana es la transmisión de THC
durante el embarazo. >En la Universidad La Sapienza de Roma se realizó un experimento con ratas preñadas ( el estudio se publicó en la revista de la asociación Americana para el Progreso de la Ciencia); estos animales fueron inyectados con una sustancia similar al cannabis, el objetivo era comprobar el efecto de la marihuana en los embriones. El resultado de la experiencia,
publicado en marzo de este año en la revista científica "Asociación Americana para el progreso de la ciencia", demostró que las crías sufrieron alteración de
la memoria; la sustancia les provocó un trastorno neurofisiológico del
hipocampo con consecuencias a largo plazo. Del mismo modo, la marihuana
afecta a las células nerviosas, alterando algunos procesos electro-fisiológicos relacionados con la asociación y el recuerdo.
El experimento de la Universidad de Roma confirma las teorías
Desarrolladas por científicos canadienses tras observar disfunciones de la memoria en los bebés cuyas madres habían consumido marihuana.


Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos

Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos

por Jorge Raventos

Hace más de 30 años, en vísperas de las elecciones nacionales de marzo de 1973, comenzamos a grabar con Jorge Abelardo Ramos una serie de conversaciones como trabajo preliminar de un libro, a medio camino entre  memorias y reflexiones sobre la política argentina y latinoamericana. Fue una tarea inconclusa: después de aquellos comicios, en los que Ramos fue candidato, vinieron rápidamente los siguientes, suscitados por la renuncia de Héctor Cámpora. Allí Juan Domingo Perón decidió ser candidato del Frente de Izquierda Popular y el partido encabezado por Ramos canalizó casi 900.000 votos destinados al General. Muchos comentadores de pensamiento ingenuamente conspirativo atribuyeron esos votos del FIP a una picardía del Colorado. No se les ocurrió, probablemente, que si había una picardía,  podría haber sido de Perón, un conductor lúcido y astuto sin cuya autorización la operación boleta del FIP no habría tenido lugar. Perón, en realidad, no estaba preocupado por ganarle a su amigo y adversario Ricardo Balbín. A quien debía derrotar en votos era a su delegado Héctor Cámpora, que en marzo había cosechado casi un 50 por ciento de los votos y que había sido convertido, más allá de su voluntad, en bandera y escudo de los montoneros,  de los que Perón, con buenos motivos, desconfiaba.  Y con los que competía por el poder.Los meses que siguieron fueron duros y vertiginosos. Hacia 1977, nos encontramos en medio de una áspera discusión interna y encerrados en el sótano de la semiclandestinidad de un partido legal pero proscripto como toda la política. Yo partí al exilio. Volví unos años más tarde y nos reencontramos con Ramos cuando él todavía era embajador de Carlos Menem en México. Retomamos entonces la vieja idea de las conversaciones. Yo insistía en que trabajáramos en un libro de memorias. Lamentablemente, la muerte fue más cumplidora que nosotros. Ramos se fue cuando apenas habíamos empezado a esbozar un plan de acción de ese libro. Un libro que no fue.Ahora –agosto de 2006-, después de haber colaborado en un opúsculo sobre el Colorado y en vísperas de una mudanza, ordenando o desordenando papeles y libros, me encuentro con las páginas que siguen, desgrabaciones de algunas de las conversaciones de la década del 70. Aunque parecen de otro mundo (y son lo que parecen), es preferible que queden publicadas.                                                      

Jorge Raventos                                                     

Buenos Aires, agosto de 2006    

 

La corriente que terminaría definiéndose como “izquierda nacional” empezó a configurarse antes de la irrupción del peronismo, durante la segunda guerra, ¿no es así? 

Sí, aunque naturalmente la divisoria de aguas fue el peronismo. Pero déjeme decirle, sobre la guerra, que nosotros no fuimos neutralistas en ese momento. Por el contrario,  criticamos entonces la posición neutralista que sostenían FORJA,  algunos grupos nacionalistas y Liborio Justo, que fue el único que mantuvo una posición neutralista dentro del  movimiento. Nosotros la considerábamos una posición “nacionalista burguesa”, característica de la pequeña burguesía de los países dependientes que no se atreven a juzgar el contenido social de la guerra de los colosos y pretenden deslizarse  entre  la lucha de los pueblos para desarrollar sus propias fuerzas productivas en el camino del capitalismo, para lo cual declaran que no tienen nada que ver con las partes en conflicto y rechazan toda implicación propia con la guerra. Una actitud insular.

Nosotros, los que  teníamos veinte años en la época de la guerra, proponíamos,  por el contrario una posición activa, un posición intervencionista,  en el  sentido de que declarábamos, en nuestra perspectiva revolucionaria, que la Argentina no debía intervenir en la guerra imperialista y que el proletariado mundial sí debía hacerlo, volviendo las armas de los ejércitos imperialistas contra sus propios opresores. Es decir: planteábamos una posición anti-intervencionista para la semicolonia argentina e intervencionista para los proletarios da ambos bandos a los que convocábamos a transformar la guerra imperialista en guerra civil. No declarábamos que esa fuera una guerra extraña a nosotros, como lo hacían los neutralistas (Raúl Scalabrini Ortiz, Jauretche), que decían: “los argentinos queremos morir aquí”. Nosotros afirmábamos: “los argentinos no queremos morir en ninguna parte,  los argentinos queremos vivir, y queremos que vivan también loa obreros alemanes que están  bajo el uniforme nazi”.

Precisamente el carácter repudiable de la política de Stalin consistía, para nosotros, en identificar, fusionar a obreros y campesinos alemanes que estaban bajo al uniforme da Hitler  con el propio Hitler,  porque al declarar que esa era una guerra patriótica para la Unión Soviética, al disimular el carácter de clase, a escala internacional,  qua revestía esa guerra,  Stalin no dejaba otro camino al proletariado alemán qua plegarse a su propia burguesía terrorista.

Nuestra posición en aquel momento no era pues una neutralista, defensiva o insular.

 - Ustedes describían así, dentro del trotskismo, la posición de Liborio Justo.  

- Sí…aunque Liborio merece algo más que unos adjetivos. El era la figura principal del llamado Grupo Obrero    Revolucionario. Si Roberto Arlt hubiera observado a Liborio, un personaje totalmente novelesco, lo habría incluido entre sus siete fronterizos. En realidad, nosotros en el GOR éramos ocho: Mateo Fossa, Luis Alberto Murray, un estudiante de Derecho de apellido Abadie, Angel y Adolfo Perelman, Constantino Degliuomini (el hermano de la que más tarde sería importante diputada peronista, Delia Parodi), Liborio y yo. Nos reuníamos en una especie de sótano, un taller de ebanistería que tenía Mateo en la calle Humahuaca y desde allí sacaábamos el periódico La Nueva Internacional, que en verdad salía con la plata de Liborio, una pensioncita que el padre le pasaba a través de la madre, ya que ellos estaban enojados. Liborio era un tipo muy desequilibrado y autoritario.

      -¿De qué año estamos hablando? 

- 1939, 1940.

 - ¿Ese puñadito de militantes del GOR era todo el trotskismo de la ciudad de Buenos Aires en ese momentoº? 

No, no. En la misma época existía otro grupo, formado por los discípulos de Héctor Raurich, que era un tipo muy inteligente, un intelectual que nunca había actuado en política o sólo lo había hecho tangencialmente. El discípulo más destacado de Raurich era Antonio Gallo, un periodista, un traductor.

 - ¿Este era el Grupo Obrero Marxista, el GOM? 

-         No, el GOM fue el grupo inicial del Gato Moreno…(Nahuel) y aparece bastante después. El grupo de Gallo se llamaba Nuevo Curso: lo constituían él  y cinco o seis personas más; tenían un tinte más bien socialdemócrata. A su vez, estaban conectados con otro núcleo, cuya figura más prominente (desde el punto de vista espiritual y físico) era un señor de apellido De Pañale, a quien Liborio llamaba “el señor del pañal”, un hombre sumamente voluminoso, creo que era inspector de boyas, muy gordo y muy simpático, que tenía una enorme admiración literaria por Marx, Engels y Trotsky y soñaba con escribir algún día como ellos. Por este motivo, practicaba traduciendo ciertos textos poco conocidos de los maestros que luego leía a un grupo de amigos en su casa del barrio de casitas baratas, cerca de Liniers, los sábados. Una vez leídos estos textos selectos, cada uno de los presentes sacaba su instrumento e interpretaba piezas también clásicas. Yo los llamaba marxistas de cámara, gente cultivada, amable, inofensiva…Fíjese lo lunático que era Liborio: en una oportunidad publicó un folleto titulado Cómo salir del pantano,  una recopilación de pequeñas biografías de todos los trotskistas que él había conocido, en las que ridiculizaba y denigraba a todos, sin excluir a los marxistas de cámara de Liniers.  Liborio lo hizo imprimir y lo distribuyó personalmente en las principales librerías del centro. Todos los afectados por el texto se pusieron en acción de inmediato, recorrieron las librerías, compraron todos los ejemplares que pudieron y hasta identificaron a todos los compradores anteriores. A todos menos a uno, pero esa incertidumbre se disipó una semana después, cuando apareció el semanario Orientación, del partido comunista con una página central titulada El trotskismo visto por un  trotskista. Por esas cosas considerábamos loco a Liborio y terminamos expulsándolo del grupo.

 -         ¿Lo expulsaron por loco? 

-         Sí. No se podía trabajar con él por su desequilibrio y su carácter autocrático. Los que lo expulsamos fuimos los jóvenes, porque Mateo Fossa pensaba que, pese a sus características psicológicas, Liborio podía ser útil al movimiento. Mateo justificaba nuestra  decisión de echarlo porque no ignoraba los extravíos de Liborio, pero temía que se desaprovechara lo que el loco podía dar al movimiento, que era su dinero y el peculiar dinamismo de su enfermedad.. De esa curiosa situación salieron dos números del mismo periódico y en el mismo día, que eran La Nueva Internacional 1 de mayo de 1940 y La Nueva Internacional 1 de mayo de 1940. En uno se anunciaba la expulsión de Liborio Justo y el otro se publicaba bajo la dirección de Liborio Justo.

 

-         ¿Al menos invocaban divergencias entre uno y otro periódico?

 

-         Mire, en ese momento nosotros éramos contemporáneos de Trotsky, que vivía exiliado en Méjico. La actividad de los trotskistas entonces consistía en traducir los artículos de don León o publicarlos si ya habían sido traducidos en Méjico y difundir los puntos de vista de la oposición de izquierda de la IV Internacional en las hojitas que publicábamos. No había desarrollo de pensamiento propio aunque, como Trotsky diría en una carta, era necesario que los trotskistas de la Argentina se ocuparan menos de Trotsky y más de la Argentina. Ese consejo tardó bastante en hacerse oir. Con sus desvaríos y sus actitudes surrealistas, Liborio proporcionaba armas a la oligarquía, a los stalinistas, a la opinión política para burlarse de estos seres extraños que abrazaban la bandera de un exiliado ruso sin prensa, sin poder, esta gente que parecía minuciosamente informada sobre lo que ocurría en Moscú  pero ignoraba lo que sucedía en Argentina. En esa atmósfera de aislamiento, los extravíos del  loco Liborio eran suficiente divergencia.

 -         Después de expulsar a Justo, ¿ustedes siguieron adelante con el Grupo Obrero Revolucionario?  -         Eramos muy jóvenes. Después de expulsar al loco no tuvimos agallas para hacer un grupo político. Por supuesto, sacamos el número del periódico para afirmar nuestra existencia e iniciamos enseguida tratativas para incorporarnos a la Liga Obrera Socialista , que acababa de formarse. -         ¿Quiénes conformaban esa Liga? -         La gente de Nuevo Curso, orientada por Antonio Gallo, se había fusionado a principios de 1940, con un grupo liderado por Pedro Iñiguez, un militante sindical que trabajaba en la Municipalidad que era uno de los pocos trotskistas que actuaba en el movimiento obrero. Ellos, con un grupo estudiantil, habían formado la Liga Obrera Socialista y a ellos nos sumamos en el curso del año ’40. En la Liga había gente más veterana y experimentada que nosotros.

En ese momento de la guerra ocurre una situación excepcional: es la única vez en que el partido Comunista de la Argentina asume una posición que puede parecer nacional y leninista. Hitler los empujó al camino de Lenin, porque cuando usted lee los textos que produce el PC entre septiembre de 1939 y junio de 1941 (momento en que Hitler invade la Unión soviética) advierte, en primer lugar, que, rompiendo con una tradición demoliberal que los había caracterizado, recobran un lenguaje marxista, juzgan la guerra en Europa como imperialista, señalan al imperialismo inglés en Argentina como funesto, plantean el tema de la independencia y la liberación nacional. En esos meses, en tanto Hitler se enfrentaba con Gran Bretaña y Francia, y Stalin era aliado de Hitler, los partidos comunistas ligados a Moscú, para salvar la ropa, presentaban un rostro antibritánico, que en la Argentina de 1940 coincidía con un sentimiento popular predominante.

  

-         ¿Qué hacían, entretanto, ustedes, los trotskistas que habían roto con Liborio? 

-         Nosotros, una vez unificados todos los grupitos de que le hablé, publicamos un periódico, Inicial, donde planteábamos la lucha contra los dos bandos imperialistas, la lucha contra la burguesía y la oligarquía argentinas. Nuestra actividad política central estaba fijada alrededor de la lucha contra la guerra, que no era una consigna abstracta puesto que había poderosas fuerzas en  el bando aliado que pugnaban por incorporar a la Argentina al conflicto.

 -         ¿A esos sectores respondía Acción Argentina? 

-         Efectivamente. Ese organismo había sido promovido por la embajada británica y tenía mucha importancia en esos años: abrió delegaciones en todo el país. Allí estaban todos: desde Victoria Ocampo a Nicolás Repetto y Marcelo T. de Alvear, mucho progresista sin excluir algunos ex trotskistas o trotskoides. Eran las mismas figuras que unos años después estarían en la Unión Democrática. Hacían grandes actos populares, con fuerte apoyo de la pequeña burguesía, a favor del bando aliado y de la incorporación argentina a la guerra.

 -         Mencionó a Alvear. ¿El era representativo de la opinión radical mayoritaria?  

-         El radicalismo estaba dominado por el alvearismo. Estaba FORJA, claro, con Jauretche, Luisito Dellepiane, Scalabrini y Gabiel Del Mazo; pero esa era una excepción minoritaria. Arturo Frondizi en aquella época era un dirigente joven de la UCR porteña y abogado de la Liga por los Derechos del Hombre, organizada por los stalinistas. Esta acción le permitía a él hacerse conocer dentro del partido y más allá de las filas internas, pues era orador en los actos que organizaban los comunistas sobre derechos humanos. Frondizi empezaba a actuar en las corrientes renovadoras de la UCR, pero en materia de la guerra todos eran aliadófilos, salvo manifestaciones aisladas de Sabattini en Córdoba, que se declaraba neutralista pero se sometía siempre a la posición de los alvearistas de la Capital Federal.

 -         Usted destacó varias veces la conducta de Ernesto Sábato durante la guerra… 

-         Sábato no estuvo en la lucha contra la guerra, pero la repudiaba.

 -         ¿Era simpatizante de la Liga Obrera socialista? 

-         El no militaba en ningún grupo. Participó marginalmente de una especie de reunión nacional que se hizo en Punta Lara, cerca de La Plata, en 1941. Fue una tentativa de unificar a todos los grupos trotskistas de la época. Sábato colaboró en algunas traducciones. El había formado parte de la Federación Juvenil Comunista pero rompió con el aparato oficial stalinista cuando viajó a Europa y se vinculó en París al grupo surrealista de André Breton. De allí vino con una actitud de cierta simpatía hacia el trotskismo, pero no tuvo actuación política, sólo una relación circunstancial que no obstante permitió que se pudiera decir de él que no era un cipayo.

 -         Después de ese  momento de la guerra, Sábato incurrió en titubeos, vacilaciones, vaivenes y agachadas políticas… -         Sábato se exilió en los problemas estéticos y literarios, tomó distancia del curso tormentoso de la política. La primera vinculación que tuvo con la política fue con el comunismo: no creo que haya sido muy alentadora como para dejarlo con ganas de seguir. Tuvo que redescubrir una vocación un poco enterrada en él, que era la literatura, y sustituir una carrera por otra. Años después se vinculó al grupo de la revista Sur: eso condicionó un poco, por un lado, su abstención política y por otro, el mundo de sus relaciones y vinculaciones, que pasaron a ser los socios de lo que podría llamarse la oligarquía literaria. -         En Sobre héroes y tumbas Sábato dibuja un personaje –Méndez- que, ya es sabido, quiere ser un retrato suyo. ¿Se siente bien pintado? ¿Se parece Méndez a  usted en la época que se conocieron con Sábato? -         No es que se parezca a mí: se parece a las circunstancias de la época. Fíjese que, efectivamente, algunas veces hemos charlado con Sábato en La Helvética antes de que la Revolución Libertadora la demoliese con los tanques Sherman del revolucionario general Bengoa. En esa época, esa década del ’50, el mundo de Buenos Aires que conoció Sábato y yo observé a lo lejos, el mundo de los intelectuales y los artistas, la república de las letras, el mundillo de los profesores  y periodistas, era una sociedad flotante y cosmopolita que tenía con respecto a mi persona y mis puntos de vista la actitud que se desprende de la reflexión que formula Bruno al despedirse de Méndez: “Con la gente que habla mal de él en Buenos Aires podría constituirse una entidad más numerosa que la sociedad Española de Socorros Mutuos”. Ese era un poco el estado de ese mundo en tanto la actividad que se había desenvuelto  afectaba afectaba de manera directa las convicciones, los intereses y los ideales de mucha gente. La posición nuestra en esa época venía de los tiempos de la preguerra en la lucha contra el frente popular y el democratismo aliado al stalinismo, que luego se trasmutó en oposición declarada a la guerra imperialista y finalmente, para colmo, se transformó en apoyo crítico al peronismo en 1945, con nuestra interpretación sobre el 17 de octubre, nuestro respaldo antes de las elecciones y nuestro apoyo a las medidas de gobierno del peronismo. Era demasiado para la cantidad de tolerancia de las clases medias izquierdistas ligadas al imperio o a la Unión Soviética soportar que alguien pudiera tener una posición trotskista y después apoyase al ejército en su política nacional y al jefe político de ese ejército, a quien esa pequeña burguesía consideraba un tirano o un nazi. Todo eso condensó un odio que ingresó a la literatura por la mano de Sábato: él sentía lo que flotaba alrededor mío en ese momento y retrata ese clima, que es el de una generación frustrada de izquierdistas cipayos.   -         Oliverio Girondo también sostuvo públicamente una posición contraria a la guerra, ¿no es así? 

-         Girando tuvo una posición neutralista e incluso publicó un folleto en 1940 (creo que se  llamaba Nuestra actitud ante el desastre), donde planteaba una postura nacional neutralista. Fue una actitud de dignidad individual. Que yo sepa, él no tuvo actividad política alguna.

 -         ¿Cuál fue la actitud de los intelectuales, en general? -         Que estuvieran en una posición contraria a la guerra hubo muy pocos. Los de extracción nacionalista (entre ellos Ibaguren, Carlos Astrada, Gálvez) eran neutralistas. Otro: Luis Franco. Por supuesto, dejo de lado a los intelectuales del PC que estaban a favor de la guerra o en contra de ella según cuál fuera la posición de la Unión Soviética. -         Había, pues, en esos años en la ciudad de Buenos Aires una gran masa de la pequeña burguesía que seguía las consignas de Acción Argentina y era aliadófila, y un pequeño sector que era neutralista. Aparte de FORJA, ¿quién se distinguía en esa postura? -         Dejemos de lado que el propio gobierno mantenía la neutralidad. Estaban, además los grupos nacionalistas oligárquicos en los cuáles no era fácil separar lo que tenían de neutralistas de lo que tenían de simpatía por el bando nazi. Lamentablemente la Argentina tenía un carácter tan colonial en esos días que los dos bandos imponían, con distinto peso, sus orientaciones. El que tenía mayor peso –económico, socil, cultural- era el de los aliaods. Su influencia parecía todopoderosa en la prensa, en los partidos, en la magistratura. El bando alemán tenía menos penetración en la economía de la sociedad argentina, pero tyambién manifestaba su influencia. Los grupos nacionalistas no ocultaban su simpatía por los alemanes. Llegó a salir un diario, El Pampero. El bando aliado tenía el control del papel en el país y lo daba a las publicaciones que defendían o respondían a los aliados; no podía salir ningún diario que estuviera en contra de los ingleses. El Pampero salía en papel de estrasa, un papel oscuro, como si fuera papel de envolver, que era el único que podían conseguir. Los cables eran de la Transocean, que era la agencia cablegráfica alemana. Allí se publicaban los partes cotidianos del estado mayor alemán y en los restantes diarios (La Prensa, La Nación, La Razón) se publicaban los partes del estado mayor conjunto aliado. El Pampero no era como los otros periódicos nacionalistas oligárquicos que, aunque no disimulaban demasiado sus simpatías por Hitler, centraban su prédica en la neutralidad o en la crítica al mundo liberal. No, El Pampero era abiertamente un órgano de los nazis. En determinado momento, por una protesta de la embajada británica, el gobierno apercibió severamente al diario, inclusive creo recordar que lo suspendió un día. La razón fue que publicó un acróstico en el que, al leer la primera línea vertical, se podía ver: “Hay que ser inglés para ser un h… de p…”. Era un diario antisemita, con chistes y dibujos antisemitas. El Pampero recogía la tradición de Clarinada, una revista de la década del 30 que dirigía un tal Carlos Silveyra, hermano de un presidente de YPF, que era un órgano anticomunista publicada bajo el lema “A Dios rogando y con el mazo dando” y con fotos extraídas de los prontuarios policiales, proporcionadas por el comisario Joaquín Kussel, de la sección especial de represión al comunismo. -         No hacía mucho que existía la Sección Especial, ¿no? -         La Sección Especial empezó a funcionar durante la presidencia del General Agustín P. Justo, durante el ministerio del Dr. Melo y, según dicen, fue inspirada por un comisario de la policía italiana. En esa época se introduce por primera vez en la Argentina la picana eléctrica. La oligarquía perdía liberalismo ante la crisis y emplea, para intimidar a obreros y estudiantes algo propio de la ganadería, la picana, cruzada con el aporte tecnológico de la energía eléctrica. Esa innovación es obra de la oligarquía conservadora. No existía con Irigoyen. -         A usted le tocó pasar por la Sección Especial… -         Sí, cuando era estudiante. Habíamos hecho una campaña en solidaridad con los maestros correntinos que hacía cuatro años que no cobraban sus sueldos. En el año ’39 se organizó un acto público en el Teatro Liceo y hubo un poco de agitación estudiantil con ese motivo. La agremiación estudiantil estaba prohibida por una célebre resolución del ministro De la Torre. Nosotros sacamos una revista en la que le tomábamos el pelo al ministro y escribíamos contra la guerra imperialista. El ministro se asustó, probablemente porque le mandamos una revista a su domicilio, y pretextando que éramos un peligro para el orden público nos hizo investigar por la policía: un caso para la Sección Especial. Así fue que visitó mi casa la agradable personalidad de quien luego sería el comisario Cipriano Lombilla acompañado por dos acólitos. Se llevó todos los libros, diccionarios y blocks de papel en blanco que encontró. Considerando que no teníamos entonces vinculación con grupos de izquierda (éramos de una izquierda no definida todavía), nos trató con mucha consideración: a mí me arrojó una silla de escritorio a la cabeza. Estuvimos un par de días allí, pero no fuimos torturados, simplemente nos interrogaron sobre las presuntas conexiones que pudiera tener la asociación estudiantil con otras agrupaciones; luego nos dejaron en libertad. Los militantes obreros que pasaban por allí eran brutalmente torturados, era una especie de centro de terror blanco que duró varios años. La serenidad de Lombilla era siniestra…  -         Hemos hablado de las divergencias sobre la guerra. Veamos ahora el surgimiento del peronismo. ¿Dónde lo toma a Usted el 17 de octubre de 1945?-         El 17 yo estaba en el centro y ya conocía todos los hechos y circunstancias de la jornada anterior, que había sido el día en que la CGT se reunió para decidir qué hacer frente al encierro de Perón. En realidad, cuando la CGT se reunió la gente ya había empezado a salir en la provincia de Buenos Aires y en Tucumán, donde se producía la movilización de los ingenios. Caudno la gente, el 17, se moviliza a Plaza de Mayo, yo estaba en la Avenida de Mayo, observando ese espectáculo tan colorido, esa algarabía: Llegaban en todos los medios de transporte, dentro de ómnibus y tranvías, en camiones. Llegaban trepados al techo de los tranvías, corriendo el riesgo de quedar fulminados en los cables. Había un aspecto festivo que predominaba en la jornada, acentuado por los gorritos improvisados con pañuelos anudados en las puntas, las camisas sueltas y desabrochadas para aliviar el calor. Yo observaba el rostro estupefacto de la gente bien vestida ante ese gentío que llegaba desbordando las diagonales. La concentración en la Plaza se prolongó hasta tarde: Perón apareció en el balcón cerca de la medianoche y el espectáculo era fantasmagórico: la gente había hecho antorchas con los diarios; la plaza parecía incendidada, llena de humo. Era algo impresionante. Cuando empezó la desconcentración, después de las 12, caminé por la Avenida, pisando los cristales destruidos del edificio de La Prensa, en busca de alguien con quien comentar los acontecimientos. En Corrientes y Paraná, en un bar que creo que se llamaba La Casa de Troya, me encontré con Raurich y nos unimos con un grupo de trotskistas y trotskoides.-         ¿Se sentía, se intuía que se estaba viviendo un día-bisagra, un cambio en la situación política?

-         Juzgue usted mismo. Raurich, rodeado de ese grupo que lo admiraba (estaba Antonio Gallo, claro) tan pronto nos sentamos, soltó un dictamen. Dijo: “Acabamos de presenciar la manifestación de la barbarie política del proletariado, así como el gobierno es la manifestación de la barbarie de las clases poseedoras”.

 -    Raurich miraba la movilización desde arriba…

-    Miraba el mundo desde arriba, con cierto desagrado. Su trotskismo era selectivo; tomaba de Trotsky particularmente la crítica al stalinismo y desde allí se deslizaba hacia la hostilidad a la Unión Soviética. Por esa vía llegó al anticomunismo…Pero esa noche el centro no estaba puesto en Rusia, sino en la movilización de la clase trabajadora en defensa de un coronel. Por supuesto, en ese ámbito, el único que le respondió a Raurich fui yo. Le dije que ese comentario revelaba su incomprensión sobre la clase obrarera verdadera. El bolchevismo, le dije, también era la manifestación de un pueblo que era bárbaro, y así lo reflejaba en sus fórmulas simples y a menudo simplificadoras, sumadas a la dureza de sus métodos, por oposición a la mayor sofisticación de los mencheviques. Y allí comenzamos una larguísima disquisición, en muchos momentos áspera, que aterrorizaba a los discípulos de Raurich pero no a él, claro, que como buen intelectual puro encontraba placer en una discusión nueva, desenmohecida y estaba encantada de hacer esgrima frente al desparpajo de un joven irreverente: yo tenía 24 años y él era un hombre maduro y sereno, un pensador admirado. Raurich estaba un poco sorprendido de escuchar lo que yo decía que a él seguramente le parecía una extravagancia, es decir, quedaba perplejo ante una defensa del coronel nacionalista y de la movilización obrera hecha en lenguaje articulado y sostenido con argumentos y citas de los grandes maestros. Estuvimos en ese café hasta las cinco de la mañana, mientras los otros se ibran despidiendo, y terminamos la discusión a las 7, en una lechería. Nunca más volvimos a conversar. El siguió un curso bastante triste en su actuación política: invitó a todos sus amigos a sumarse al Partido Socialista porque, decía, era el único partido desde el que se podía luchar contra el peronismo. Así, ese príncipe filosófico del trotskismo terminó ocupado en dotar de argumentos antiperonistas a los Ghioldi y los Repetto, expresión menor de la socialdemocracia imperialista. Una pena. Raurich era un verdadero intelectual, un tipo inteligente y culto, lector y erudito en Hegel. Un pensador que, sin embargo, escribió poco y nada…

 -  Un intelectual en el que se nota cierta influencia de Raurich es Juan José Sebrelli. Lo curioso en él es que combina ese trasfondo raurichiano con un coqueteo con el peronismo, algún saqueo a las posiciones de la izquierda nacional y algo de Sastre. 

- Yo a Sebrelli lo veo como un intelectual un poco trivial. Es muy sensible a las cosas que le llaman la atención e inmediatamente las incorpora a su discurso, llena unas cuantas páginas y las vende. Al día siguiente se olvida. El fue peronista dos veces y antiperonista dos veces. El era antiperonista durante casi todo el período de Perón, cuando colaboraba en la revista Sur. Allí publicó un artículo en el que atacaba mi librito Crisis y resurrección de la literatura argentina y, bajo la protección de Victoria Ocampo reclamó “la autoridad como marxista” para juzgarme, diciendo que yo no era marxista, y para defender desde allí a Borge y Martínez Estrada. Un poco después se hace peronista y colabora en el periódico Clase Obrera, que dirigía Rodolfo Puiggros, donde escribe grandes elogios de Evita con tan mala fortuna para él que doce meses después el gobierno de Perón cae estruendosamente, lo que le provoca gran alarma: no había calculado ese contratiempo. Entonces se hace antiperonista nuevamente. En la revista Contorno, de los hermanos Ismael y David Viñas escribe un artículo que deja bastante mal parada a Evita. Más tarde, con el fin de la revolución libertadora, se tranquiliza y puede volver a hablar de Evita sin temor. Como ve, la línea política de Sebrelli ha sido zigzagueante…pero las páginas de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación son sin duda entretenidas.

 -  Volviendo a Raurich, ¿ese grupo simplemente se disolvió en el Partido Socialista, o mantuvo algún tipo de identidad crítica? 

-  Habría que aclarar, en primer término, que el grupo de Raurich no constituía un grupo político: eran una especie de peña filosófico-política que se reunía en el Tortoni o en la Casa de la Troya a mirar el universo. Así durante años…Pero había vasos comunicantes con el grupo Nuevo Curso, de Antonio Gallo, quien, al margen de estar lejos de la calidad intelectual de Raurich,  se empeñaba en una postura ultimatista. Gallo sostenía que la Argentina era ya un país capitalista, razón por la cual la contradicción fundamental era burguesía versus proletariado, motivo por el cual había que dejar de lado toda consigna referida a la liberación o independencia nacional. Ese punto de vista lo iban a recoger, en el trotskismo organizado, Hugo Bressano (es decir, El Gato Moreno) y Milcíades Peña. De hecho, los primeros contactos de Bressano con las ideas de Trostky los recibe en la mesa de Raurich. En el año ’40 Raurich se embarca en mayores contactos con la militancia, incitado por un debate que se desarrollaba mundialmente en el seno del trotskismo acerca del carácter social adoptado por la Unión Soviética y la actitud que el trotskismo debía adoptar ante ella. Intervienen muy centralmente en ese debate el propio Trotsky, James Burnham y un europeo, Bruno R. Burnham y bruno R. sostenían, básicamente, que la URSS había restaurado ciertas características del capitalismo y que el stalinismo constituía la expresión terrorista de una nueva clase. Nosotros, los muchachos de aquella época, seguimos la tesis de Trotsky que planteaba que, pese a la degeneración burocrática, la URSS seguía siendo un estado obrero y debía ser defendida Raurich se hizo antidefensista. En cuanto al ingreso de Raurich y sus amigos al PS, su evolución lo fue deslizando desde el antidefensismo al anticomunismo y, como le señalé al contarle su comentario inicial sobre el 17 de octubre, al antiperonismo. Y aún más allá. De hecho, en su mesa, años después, sostenía que, de ser más joven, se enrolaría para luchar contra el comunismo en Corea. Uno de sus discípulos lo tomó al pie de la letra y fue, nomás, a Corea en 1950. Cuando regresó, uno o dos años más tarde, fue recibido en Nueva York como héroe nacional de los Estados Unidos.

 -  ¿Qué pasaba entretanto con el grupo que usted integraba? 

-  La posición de respaldo al peronismo que caracterizó desde los orígenes a la izquierda nacional (este nombre no había sido acuñado aún) se expresó en dos publicaciones -la revista Octubre y el periódico Frente Obrero- en las que tuvimos mucho que ver un hombre muy inteligente que escribió poco y nada, Aurelio Narvaja, y yo. De Frente Obrero aparecieron dos números (en septiembre y octubre de 1945). Octubre salió en esos meses y siguió apareciendo en 1946 y 1947. Sacamos cinco o seis números en total. Raurich le decía a sus amigos en el café que a Octubre la financiaba el coronel Velazco, que era en esa época el jefe de la Policía Federal de Perón. En esto, como ex trotskista, coincidía con el stalinismo, para el cual todo lo que tuviera algún tufillo trotskista era una hechura policial.

 -    Una mitad del país integrada al movimiento de Perón, otra mitad (algo menos que eso, claro) orientada por el antiperonismo. No parece haber habido demasiado terreno para una izquierda independiente, nacional… 

-     Así es. El país se había polarizado. De un lado, el frente conducido por el Ejército y su jefe y apoyado por la clase obrera. Del otro el antiperonismo. En tales circunstancias, la izquierda nacional, como la llamamos ahora, tenía muy pocas posibilidades de crecimiento. La acción política nos estaba vedada: la izquierda cipaya nos consideraba fascistas o agentes de la burguesía nacional; para la clase obrera las palabras socialismo, izquierda y comunismo estaban ligadas a los partidos que habían sellado un acuerdo con el embajador Braden contra el jefe que ellos reconocían como tal. Nuestra acción de esa época, entonces, pasó del plano político al plano puramente teórico. Los escasos militantes de la época nos dedicamos a estudiar la historia del país, del continente y del movimiento obrero a la espera de una oportunidad mejor para la lucha. La ocasión llegó alrededor de los años ’53 y ’54. El peronismo pasaba por dificultades y necesitaba un oxígeno que sus burócratas no estaban en condiciones de proporcionar. Algunos amigos nuestros ingresan en 1954 al Partido Socialista de la Revolución Nacional, una fracción del viejo Partido Socialista iniciada por Emilio Dickman que, aunque propenso al peronismo era irremediablemente amarillo. Yo no ingresé a ese partido sino al año siguiente. Caído Perón, vinieron Dickman y Esteban Rey a invitarnos a los que constituíamos un pequeño grupo: Spilimbergo, Carpio, Alberto Converti, yo. Nos incorporamos para sacar un periódico semanal con el que dar batalla a la revolución libertadora recién instalada. Publicamos Lucha Obrera cuando una gran parte del país, entre ellos muchos dirigentes peronistas, abandonaban definitiva o termporariamente la política.

 -    Usted ya había publicado América Latina: un país -    Sí. En 1949. Después de esa publicación estuve en Europa dos años y escribía artículos para el diario Democracia con el seudónimo Víctor Almagro. Dirigía el diario Américo Barrios y Perón escribía allí con el seudónimo Descartes. Eramos los dos únicos que firmábamos en el dario, los dos en la primera página. Al volver de Europa iniciamos otra actividad editorial con Indoamérica, donde publicamos varios libros que nos parecían importantes, como el de Ugarte, con un prólogo que escribí para tratar de presentarlo a las nuevas generaciones. En el 54 escribí Crisis y resurrección de la literatura argentina  y la primera edición de Revolución y contrarrevolución en la Argentina la escribí en 1956 y la publiqué al año siguiente. -    Pero América Latin: un país había sido secuestrado por acción de un diputado peronista… 

-    Sí, el diputado Visca que presidía una comisión de actividades antiargentinas. Era un diputado de origen conservador de la provincia de Buenos Aires. No tenía predilección por el vicio de la lectura pero era un hombre de gran energía: no sólo secuestró mi libro, también cerró sin demasiados pretextos muchos periódicos independientes. El ejemplificó una de las expresiones más necias y reaccionarias del aparato peronista. En relación con mi libro, parece que un ex embajador, Colones Mármol, se sintió hondamente afectado por un juicio mío sobre San Martín. Y como se trataba de una de esas personas que se sienten parientes morales próximos de los próceres, denunció a Visca que había un libro que afectaba la memoria del Libertador, lo que naturalmente era falso. Visca  secuestró el libro sin tomarse el trabajo de abrirlo.

 -    ¿Quiere decir que el libro no se llegó a conocer? 

-     Se habían vendido ejemplares, pero se vendieron muchos más después del secuestro, porque este es uno de los factores que aseguran el éxito de un libro. Como no se puede secuestrar simultáneamente en todas las librerías, los libreros tienen la buena costumbre de llamarse entre ellos cuando aparece algún energúmeno como Visca, entonces los que tienen tiempo ponen a buen recaudo todos los ejemplares del título de que se trata y esperan al público que se precipita a pedirlo y goza muchísimo más comprándolo bajo cuerda a un precio muy superior al marcado originalmente. Eso pasó con América Latina: un país. Y pasó tanto que hasta se vendieron los ejemplares que Visca había confiscado, puesto que un empleado de la Cámara, cuyo nombre voy a omitir, consiguió un permiso del diputado censor para ir retirando de paquetito en paquetito los libros secuestrados que estaban en depósitos de la comisión Visca, hasta que no quedó ninguno. Ese empleado consiguió un sobresueldo y contribuyó, con ese motivo, a la difusión de nuestras ideas.

 -    Probablemente su colaboración en Democracia fue uno de los motivos de la acidez con que lo trató Micíades Peña en su revista Fichas 

-     No, no es por eso. Mis artículos están a la vista y pueden ser juzgados. Yo recopilé buena parte de ellos en el libro De octubre a septiembre, que publiqué bajo la revolución libertadora reproduciendo notas escritas bajo Perón. Esos textos, escritos en un diario peronista no decían todo lo que me hubiera gustado decir, pero no decían nada que no quisiera decir o no creyera. Las acusaciones de Peña y otros difamadores por el estilo no eran por mi colaboración en Democracia, sino por mis posiciones políticas sobre Perón y el peronismo que fueron expresadas desde 1945 hasta hoy: a los intelectuales ganados por posiciones imperialistas  les resultan provocativas las posturas nacionales. Suponen, seguramente llevados por su propia experiencia, que la gente sólo puede expresar sus puntos de vista si hay alguien que les paga por ello y no creen que haya puntos de vista independientes del dinero. Los revolucionarios suelen recibir ataques de ese tipo: de Lenin se dijo que era agente del estado mayor alemán, a Perón lo acusaron por estupro, corrupción de menores, traición a la patria, agravio a la bandera, defraudación…

 -    La cadena de infundios de la izquierda y la ultraizquierda cipayas es amplia y parece bien aceitada. Los infundios contra usted trascienden las fronteras: en Bolivia hay sectores de la ultra que tienen consignas contra usted y contra el finado Augusto Vandor. Hay gente que lo acusa de ser cómplice de la muerte de Guevara… -    Eso se explica por el hecho de que nuestra posición no es sólo argentina, sino latinoamericana y porque yo he actuado en América Latina, tanto en Bolivia como en Perú y otros países. De hecho, hay en Bolivia una organización política, el Grupo Octubre, que mantiene posiciones coincidentes con las de la Izquierda Nacional de la Argentina. Es bastante lógico que surjan aullidos y quejidos de las sectas afectadas, que son sectas prehistóricas, en el sentido de que no han entrado a la historia del pensamiento de este continente: son en el mejor de los casos traductoras, cacatúas del altiplano que repiten la fraseología de libritos llegados de París o Londres o infamias como esa referida al Che. Mi crimen, en realidad, es haber esvrito, cuando el Che vivía, un artículo que hablaba de los peligros del empirismo en la revolución latinoamericana  destinado a criticar los puntos de vista de Guevara sobre la guerrilla. Los debates francos suenan a sacrilegio a estos pseudomarxistas que se formaron bajo la pistola de la GPU, en una atmósfera de cárcel y convento. Los pequeñoburgueses cubanizados ayudados por ex stalinistas que huían aterrorizados del oportunismo de Codovilla para caer en el  aventurerismo guerrillero se juntan para atacarnos a nosotros, que ni venimos del oportunismo ni vamos hacia la guerrilla. Han convertido a Guevara y a Castro en objetos de culto que cualquier hálito irreverente podría profanar o destruir. Estos jóvenes de pocos escrúpulos y sus mentores de edad más avanzada, deslumbrados por la idea de una revolución rápida y de victoria garantizada, son los que pueden llevar a muchos a la destrucción. -     Usted decía antes que en el 45 la expresión izquierda nacional  no había sido acuñada todavía. ¿Cuándo empezó a hablarse de izquierda nacional? Hernández Arregui, si no me equivoco, se ha adjudicado la creación del concepto… 

-    No, usted no se equivoca; el que lo hace es Hernández Arregui cuando quiere   acreditar derechos de propiedad sobre lo que no le corresponde. El pasó del radicalismo al peronismo, sabe poco del movimiento socialista y del marxismo. La primera vez que se planteó la expresión Izquierda Nacional fue en 1955, en un artículo mío en el periódico Lucha Obrera. El 17 de noviembre del ’55 yo decía en el semanario, casi textualmente: “El golpe del 16 de septiembre volteó al gobierno de Perón quien, pese a las deformaciones burocráticas de su gobierno,pese a haber impedido la formación de un partido obrero de Izquierda Nacional, obedecía a profundas necesidades nacionales…”. Fuera de esto, en el mes de diciembre de 1955, en una especie de manifiesto o resolución política del Partido Socialista de la Revolución Nacional, que conservo en mi archivo, planteamos la necesidad de una “izquierda nacional y revolucionaria”. 

 -     Hubo también un famoso artículo de Alberto Methol Ferré en la revista Nexo de Montevideo: Qué es la izquierda nacional creo que se titulaba. ¿De qué año sería ese artículo? 

-    Es probable que sea de ese mismo año, de fines de 1955.

 -     Actualmente, las corrientes, digamos,  de izquierda del peronismo hacen una crítica retrospectiva a la izquierda nacional. Sostienen que el papel que debió haber cumplido era formar el partido obrero en el seno del peronismo. Tratan de aplicar al pasado las tesis posteriores de John William Cooke… -         Eso en 1946, 1947, podía haber sido un tema de debate sujeto a una

verificación. Pero en la actualidad está totalmente verificado. La propia naturaleza del movimiento nacional peronista, donde la verticalidad fue y es un principio, indica que se trata de un movimiento nacional burgués conducido por un jefe militar. Nosotros lo respaldamos por ese motivo, no porque lo confundiéramos con un movimiento socialista. Es más, está claro que quien tratara de desarrollar una estrategia propia, de carácter socialista, dentro del movimiento de Perón, estaría apuntando contra su jefatura y su estructura. Es decir, estaría de hecho trabajando para destruirlo. Esto hoy es más evidente que nunca, cuando las disidencias, no ya sobre asuntos estratégicos como la construcción de un partido obrero o la lucha por el socialismo, sino la discusión de candidaturas genera la ágil exhibición de armas de fuego. Si la clase trabajadora decidió seguir a un jefe militar que se proponía realizar el capitalismo nacional no íbamos a resolver nuestra impaciencia socialista combatiendo a ese jefe nacional ni optando por esa política clandestina que adoptaron algunos trotskistas de hacer “entrismo” en el peronismo, para simular lo que no éramos. La convicción de la inmensa mayoría de la clase obrera era, y sigue siendo, que el peronismo es bueno y útil para ella.

 -         ¿Hubo alguien que planteara el tema en el origen mismo del peronismo, en 1945? -         Fíjese que al peronismo se integraron corrientes procedentes del movimiento

obrero, procedentes inclusive del Partido Socialista y hasta de sus sectores de izquierda, como Ernesto Klebe, en La Plata, que fue diputado nacional y que había estado en reuniones con nosotros en la acción contra la guerra. Todos ellos se integraron al peronismo (o, si usted quiere: se disolvieron en el peronismo).

 

-    ¿Ellos se plantearon, al incorporarse, algo así como la constitución de un partido obrero independiente?

 

-    No. Los primeros que intentaron manifestar algo así públicamente terminaron en la cárcel. Fue el caso de Gay, el dirigente telefónico del Partido Laborista, que quería que el laborismo, que había sido el primer partido en apoyar a Perón, fuera una especie de Labour Party inglés, un partido socialista nacional formado por los sindicatos, que apoyáse y participáse en el poder. Le hicieron una provocación a Gay y terminó preso. Y Gay no era un marxista que planteaba la necesidad de un partido obrero dentro del peronismo, era un socialista reformista,  presidente del Partido Laborista, del cual Perón era el afiliado número uno.

 -    El peronismo recibió cuadros intelectuales procedentes del Partido Comunista…  -    Fue el caso de Rodolfo Puiggros, por ejemplo. El era uno de los intelectuales más destacados del Partido Comunista, había además sido miembro del Comité Central y director durante varios años del semanario Orientación. Producidas las elecciones de febrero de 1946, un grupo de obreros ferroviarios (Santos, Mac Lean y otros) rompen con el PC y constituyen un grupo que denominan Movimiento Obrero Comunista y sacan un periódico, Clase Obrera, en el que manifiestan coincidencia con los propósitos del gobierno de Perón. Allí estaba Puiggros. No se trataba de un grupo importante numéricamente, pero sí políticamente, ya que se trataba de una segregación del Partido Comunista. Pero el grupo no sobrevivió: tenían una posición acrítica de apoyo y la necesaria consecuencia organizativa de esa posición fue su disolución como grupo independiente. 

      -     Hernández Arregui llega más tarde al peronismo, ¿no es así?

 

-    Hernández Arregui era un sabattinista cordobés que se vincula al peronismo a través de Arturo Jauretche. Arregui no había estado en FORJA, pero no olvide que Jauretche había tratado de establecer un puente entre los militares junianos y Amadeo Sabattini, y de esos vínculos surgió la relación con Hernández Arregui, que fue después funcionario público del peronismo y profesor en la Universidad de La Plata. Hay gente que lo toma por marxista (y de a ratos hasta él mismo lo hace), pero Hernández Arregui no lo fue ni lo es. Sus méritos no incluyen esa caracterización.

-         En algunos de los sectores de la izquierda peronista hay una especie de tesis no formulada, tributaria de la experiencia cubana. Sería así: un movimiento nacionalista burgués o pequeñoburgués puede trascender sus propios límites de origen y encarar tareas socialistas… 

-    Mire, la realidad histórica es invención de los hombres; la combinación de circunstancias infinitas que es la historia universal vuerlve muy atrevido el propósito de fijar caminos definitivos y elaborados de una vez para siempre. Nosotros nos habíamos educado en la concepción de Trotsky y de Lenin de que tan sólo el proletariado puede acaudillar a las clases populares en un país atrasado para llevar la revolución nacional hasta el fin, transformándola en revolución socialista, transformado en ese curso la hegemonía de la clase obrera sobre toda la sociedad en una comunidad sin clases. Sin embargo, la historia fue mucho más inventiva que la especulación de los teóridocs y los revolucionarios. Así, como usted señala con precisión, fue la pequeña burguesía fubista de Cuba la que dirigió la revolución y no el proletariado conducido por el Partido Comunista, entre otras cosas porque el Partido Comunista estaba ocupado conduciendo la contrarrevolución, ya que formaba parte del gabinete de Fulgencio Batista. De la misma manera podemos decir que en Argelia esos empleados de correo, esos letrados sin pleitos, esos campesinos transformados en comandantes, esos maestros semiletrados que se alzaron por la independencia, puede que no se propusieran el socialismo, pero estoy seguro de que tampoco querían construir ni un capitalismo clásico ni siquiera un capitalismo semicolonial como el de Perón. Buscaban otra cosa.. De modo que no se puede descartar eso que usted llamaba “trascender los propios límites”. No somos maestros Ciruela, ni pretendemos decretar la imposibilidad de esas hipótesis. Sólo podemos decir que la evidencia señala que ni el peronismo ni Perón están disconformes con lo que son. En todo caso, nosotros trabajamos para que las invocaciones que Perón hace sobre el socialismo nacional puedan ser identificadas por la clase trabajadora peronista con un gobierno protagonizado por la clase obrera, cuando eso sea necesario (y quizás sea pronto, ya que tanto se invoca al socialismo nacional). Nuestra corriente, a través del FIP, al señalar que vota a Perón sin confiar en el aparato de su partido y postulando un programa nacionalista, revolucionario y socializante, trata de franquear el paso de decenas de miles de trabajadores hacia las riberas del socialismo conservando aquellas banderas del pasado que han permitido el ascenso de su experiencia y la defensa del interés nacional, sintetizadas en el nombre de Perón.

 -    Creo que en estos momentos el debate con las formas más clásicas de la izquierda cipaya ya está zanjado.De esos sectores, más que ideas llegan insultos, lo que parece una señal de impotencia… La discusión se centra más bien en esa combinación de izquierda cipaya y nacionalismo burgués que expresan algunas corrientes juveniles y, digamos, “progresistas” que se han puesto la camiseta de Perón…  

-    ¿Usted da por terminada la discusión con el stalinismo y con la socialdemocracia amarillista? Mire que ellos representan fuerzas mundiales muy poderosas…Es cierto que parte del pensamiento cipayo ha debido tomar otras formas, ponerse otras camisetas…pero el hábito no hace al monje. Las combinaciones de izquierdismo cipayo, izquierdismo infantil, sometimiento organizativo al nacionalismo burgués y dependencia práctica de fuerzas mundiales puede ser letal para los sectores juveniles que usted señala. Sus jefes quizás sean concientes de lo que están haciendo, pero miles de jóvenes que siguen ese camino, aunque lo hacen con ingenuidad y probablemente por buenos motivos, están marchando hacia una vía muerta…y hacia una vía mortal.  Pero sí, es cierto que debemos ser muy francos con estos sectores y, en ese sentido, el centro del debate se traslada a la discusión con ellos.

  

           

Las lealtades de El Colorado Ramos

Las lealtades de El Colorado Ramos

                                               El jueves 7 de Octubre de 2005, el Senado de la Nación rindió homenaje a Jorge Abelardo Ramos, con un acto que se llevó a cabo en el Salón Azul de la Cámara Alta. Ante más de 300 asistentes, hablaron el vicepresidente de la Nación, Daniel Scioli, los senadores Antonio Cafiero, Miguel Angel Pichetto y Silvia Gallego, Víctor Ramos –hijo de Abelardo y ex Presidente del INADI- y Jorge Raventos, cofundador del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario. Durante la ceremonia se proyectaron algunos minutos de un video de Ramos, filmado pocos meses antes de su fallecimiento. A continuación, el discurso de Jorge Raventos.   

Señor Vicepresidente de la Nación, Don Daniel Scioli; Señoras senadoras; Señores Senadores; Amigas y amigos;Señores y Señores. Acabamos de ver y oir, en el video, la imagen y el estilo inconfundibles del gran argentino que homenajeamos esta noche. Jorge Abelardo Ramos, Víctor Almagro, Víctor Guerrero, Antídoto, El Colorado, Abelardo… con cualquiera de esos nombres–o más bien con todos- hablamos de uno de los mayores productores intelectuales de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.  Uso adrede esa designación de “productor intelectual”, porque Ramos no fue tan solo un pensador o –palabra que le disgustaba- un “intelectual”, sino que además de elaborar un pensamiento creativo propio sobre la Argentina y produjo periódicos, grupos y organizaciones que siguieron o acompañaron sus pasos, editó sus libros y los de otros autores argentinos, latinoamericanos o extranjeros, del presente y del pasado, para mostrar sinfónicamente, coralmente una concepción de la Argentina, de Sudamérica y del mundo mirado desde acá, para ponerla a disposición de las nuevas generaciones.  Si no bastara con su propia obra –y ya hablaremos de ella-, alcanzaría con su trabajo como editor –un editor sin aparato editorial- para que ya ocupara un espacio en la cultura continental. Algunos nombres y algunos ejemplos: Carlos Pereira, Helio Jaguaribe, Alberto Methol Ferré. Roberto Ares Pons, Jorge Enea Spilimbergo, Luis Alberto Murray fueron conocidos en nuestro país por los tomos de la Editorial Coyoacán, que reeditó la Historia del Chacho Peñaloza de José Hernández, las estrofas gauchescas y las polémicas de Arturo Jauretche, los estudios de Juan Alvarez sobre las guerras civiles, las memorias de Sir David Kelly –embajador británico y sutil testigo de las horas de nacimiento del peronismo- y los recuerdos de uno de los fundadores de la Unión Obrera Metalúrgica, Angel Perelman: Cómo hicimos el 17 de Octubre. Parece un milagro que desde su Librería del Mar Dulce, acompañado entonces por unos pocos colaboradores, editara con Coyoacan más de 40 títulos en los primeros años de la década del 60, además de muchos otros con distintos sellos. Ramos fue también el que divulgó la obra política de otro gran pensador argentino, el riocuartense Alfredo Terzaga, de cuya muerte se cumplen este año dos décadas.  Pero sin duda la obra propia de Ramos supera sus grandes méritos como editor y difusor de ideas.  Esa obra nace, en verdad, y doblemente, en Octubre. En la revista Octubre, una pequeña publicación socialista revolucionaria que Ramos y un puñado de compañeros producían a mediados de la década del 40 y en Octubre de 1945, cuando se produce el nacimiento de una nueva época en el país, con la irrupción de las masas populares en el escenario político y la proyección del coronel Juan Domingo Perón al liderazgo de un gran movimiento nacional-democrático. Bien entendido, la revista de Ramos no se llamaba Octubre por ese octubre criollo, sino en homenaje a Octubre de 1917.  Desde su adolescencia, después de abandonar el arduo aprendizaje del violín y unas primeras ideas libertarias, Abelardo se había formado en la atmósfera intelectual del marxismo. No, por cierto, en las filas del Partido Comunista teleguiado desde Moscú, sino en los pequeños cenáculos que admiraban la figura singular, solitaria y rebelde de León Trotsky. Todo el mundo recibe alguna herencia, está formado o condicionado por alguna influencia espiritual. La medida de cada uno se manifiesta en lo que es capaz de construir con esa herencia. Y, a diferencia de la casi totalidad de la izquierda y las fuerzas marxistas de la época, ese Ramos de poco más de veinte años se bañó en las aguas del Octubre criollo e inició en aquel momento una trayectoria que lo vió permanentemente comprometido con el movimiento nacional que lideraba Juan Perón, en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras. Preferentemente en las duras. Ramos podría hber dicho con justicia los versos de Fierro: “Dentro en todos los bochinches, pero en las listas no dentro”… Fue desde aquella experiencia vital que encaró una actividad intelectual y política que lo llevó a revisar la historia argentina y a afirmar una visión continentalista que tomaría forma con su primer gran libro: América Latina, un país, editado en 1949. En la misma época Juan Perón pronunciaría su luego célebre conferencia de la Escuela Superior de Guerra, en la que planteaba el objetivo estratégico de una alianza con Brasil y Chile, “suprimiendo las fronteras si es necesario”, para dotar a la región de una presencia fuerte en el mundo.  Ramos desplegó una visión histórica nueva y enraizada en el país, que se nutría en Moreno, Artigas y Alberdi y se inspiraba en la presencia protagónica de las masas populares contemporáneas y su conductor; buscó en la historia los antecedentes del presente y así construyó una interpretación riquísima y sugestiva, que descubría patria, democracia y cambio progresivo donde otros veían barbarie o feudalismo. La bandera “Religión o Muerte” de Facundo Quiroga –y tras ella su reclamo de una Constitución federal- resultaba más ilustrada que las utopías autoritarias de los iluministas; el ejército de Roca, extendiendo la soberanía del Estado a los confines y federalizando la Capital, una expresión clara del progreso; las luchas de Irigoyen contra el Régimen “falaz y descreído”, un umbral de la democracia y la integración nacional que sólo traspasaría más tarde el movimiento del 45. Esa mirada incitadora que conectaba las luchas y las metas del pasado con las del presente, volcada en una prosa aguda, irónica y elegante fue un puente que facilitaría el tránsito de enormes contingentes de estudiantes y sectores medios urbanos a la mejor comprensión de la historia y de la política, en ese proceso caracterizado como de “nacionalización” de las clases medias que se observó a partir de los años 60. Pero antes y después de esa década Ramos debió soportar el silencio o el hostigamiento del establishment intelectual en un arco que iba de izquierda a derecha (sin olvidar a lo que alguien llamó “el extremo centro”). El novelista Ernesto Sábato lo refleja en Sobre héroes y tumbas, donde pinta a Ramos en un personaje  –curiosamente bautizado Méndez por el escritor de Santos Lugares- de quien dice: “con los enemigos de ese se podría llenar el Centro Gallego”. Sábato es un termómetro preciso de aquel establishment.  En términos históricos y políticos Ramos enfrentó a esa forma del “pensamiento único” llamada iluminismo o, si se quiere, progresismo, que dibujaba un mundo homogéneo, geométrico, gobernado por leyes racionales universales para cuyo despliegue las tradiciones propias, los modos culturales propios de cada pueblo aparecían como supersticiones, obstáculos o rémoras erradicables, y las diversidades individuales o colectivas eran observadas como contingentes y susceptibles de ser reeducadas o…suprimidas.  Ese modelo iluminista estaba particularmente vigente en la izquierda que, por lo demás, se consideraba poseedora de las claves de la Historia…con mayúscula, y creía saber hacia donde ésta se dirigía…o debía dirigirse.  Ramos desnudó el pensamiento de esa izquierda que estigmatizó como izquierda cipaya. Despreciaba su satelismo y desconfiaba de ese antiyanquismo común en el Río de la Plata en el que veía, principalmente, su dependencia cultural de Europa. El nacionalismo cultural de Ramos no era aislacionista, sino la búsqueda de una fuerza y una voz propias con las que encarar la proyección universalista de Argentina y Latinoamérica. ¿Por qué copiar o imitar los conceptos y las categorías pensados por otros para otras realidades? ¿Por qué llamar “leones calvos”, como hacen los europeos, a nuestros pumas, que tienen nombre propio?  Ramos, proveniente de la atmósfera de la izquierda, construyó una corriente de izquierda particular: la izquierda nacional. El nombre suscita un equívoco: para él, sin embargo, “nacional” no era un adjetivo, sino un sustantivo. El eje de su pensamiento. Esa izquierda que él preconizaba era la de un “socialismo criollo”, independiente de toda organización internacional y, sobre todo, de cualquier “centro” externo, estuviera localizado en Moscú, Pekín o La Habana.  En paralelo con el pensamiento de Perón, que desplegaba la lucha por la idea a través de la tercera posición justicialista, Ramos desarrollaba la idea de un socialismo “flor de ceibo”.  Ramos, por otra parte, concebía esa corriente patriótica y socialista como complementaria y hasta funcional al peronismo. Veía la necesidad de una fuerza de izquierda aliada y externa al justicialismo porque –afirmaba- el peronismo “no es socialista, sino que expresa el impulso de un capitalismo nacional de base democrática que nosotros apoyamos. Quienes respalden a Perón y quieran un futuro socialista tienen un lugar con nosotros. Si, en cambio, pretenden hacer socialismo dentro del peronismo van a terminar atacando su jefatura, que es la jefatura del movimiento nacional, y buscarán disgregar el movimiento”.  Cuestionó la política de quienes eligieron ese camino y peleó –con éxito- para evitar que al menos parte de una generación ingresara en la vía muerta del terrorismo.  Políticamente, Ramos mantuvo durante más de medio siglo su alianza leal con el peronismo desde afuera. Poco tiempo antes de morir, impulsó a sus compañeros del Movimiento Patriótico de Liberación (ya había abandonado la palabra izquierda) a ingresar al peronismo y disolverse en sus filas. Plena década del 90: Carlos Menem era Presidente de la Argentina y conductor del Justicialismo. Ramos ya había dejado de ser embajador en México, tarea que le encomendó el gobierno justicialista. Esa Argentina impulsaba vigorosamente la construcción del MERCOSUR, un hito fundamental para la visión continentalista de Ramos. Pocos años antes, el centro del llamado “socialismo real”, la Unión Soviética, se había disuelto. El mundo de la segunda posguerra, en el que Ramos se había formado, se clausuraba. La realidad cambiaba aclaradamente y era preciso pensar de nuevo. Ramos se refugió en lo propio, en las masas peronistas: “Me voy con la negrada”, le respondió desafiante a un periodista que quiso interpelarlo entonces.  El pensamiento de Ramos ha penetrado de tal modo en la sociedad que hoy casi podría decirse que al menos fragmentos de sus ideas se han convertido en sentido común: son muchísimos hoy los que “hablan Ramos sin saberlo”.  También hay algunos pícaros que hablan Ramos sin citarlo y sin darle el crédito que le corresponde. Inclusive existen muchos que en su momento lo combatían o calumniaban, que invocan hoy algunas de sus ideas para deformarlas a piacere.  Ramos se adelantó a descalificarlos cuando hablaba de los “papagayos de la izquierda”. De estar vivo, cuestionaría hoy, seguramente, a los papagayos de sus ideas…alzadas parcial y anacrónicamente.  Si algo lo caracterizó, fue su capacidad para mirar la realidad de frente, para interpretar los hechos nuevos con ideas nuevas. Hoy seguramente cuestionaría la miseria en la que vive más de la mitad de los argentinos, lucharía por la unidad del peronismo y por el despliegue de todo su potencial de cambio y justicia social y miraría el futuro próximo con la vitalidad y el buen humor de quien siempre confió en la fuerza del pueblo, de la Nación, de la Patria Grande.       

De la Nueva Izquierda al populismo posmoderno.

De la Nueva Izquierda al populismo posmoderno.

                                                                                              A fines del año 2001, Jorge Raventos inició un diálogo telefónico y vía Internet con Paul Piccone, fundador y director de la prestigiosa revista Telos y uno de los más singulares intelectuales de Estados Unidos. De ese vínculo surgió una entrevista que Telos publicó poco antes de la lamentada muerte de Piccone y que en Buenos Aires editaron el sitio Agenda Estratégica, la revista Octubre Sudamericano y (en versión resumida) el semanario Tres Puntos.
 

 Paul Piccone es uno de los intelectuales más singulares de los Estados Unidos. Vinculado en sus orígenes con las ideas de los maestros de pensamiento de la Escuela de Frankfurt (particularmente con aspectos de la obra desarrollada en América por Max Horkheimer y Theodor Adorno), Piccone, junto al núcleo que lo acompañó en la creación de la revista "Telos" en la década del 60, se constituyó en un animador de la entonces llamada Nueva Izquierda de los Estados Unidos, un movimiento heterogéneo en el que sus ideas tuvieron un sesgo revulsivo.

A cuatro décadas de su fundación, "Telos" - siempre orientada por Piccone - es una de las publicaciones más interesantes de América del Norte si lo que se busca es el análisis profundo, el debate franco y la apertura de ideas. Sus estudios sobre el populismo, el federalismo, la descentralización, los conflictos entre modernidad y tradición (para citar sólo algunas de las preocupaciones constantes de la revista) son particularmente incitantes para una lectura con ojos argentinos. La Universidad de Quilmes editó algunos de esos artículos en un tomo titulado "Populismo posmoderno" que constituye la única muestra del pensamiento de Piccone y sus compañeros de "Telos" publicada en castellano.

- "Telos" y usted han sido caracterizados entre los 60 y los 80 como referentes de la Nueva Izquierda americana. ¿Se siente cómodo hoy en esa definición?

- Se podría simplemente coincidir en que "Telos" efectivamente surgió de la Nueva Izquierda Americana. Pero tal respuesta resultaría engañosa.

Una respuesta tan corta no explicaría por qué desde su mismo comienzo "Telos" fue ignorada, y hasta odiada, por gran parte de la Nueva Izquierda de ese momento.

Tampoco explicaría porqué la revista no imitó la trayectoria autodestructiva del movimiento, sino que siguió viviendo, y hasta prosperando, mucho después de que la droga y el oportunismo redujeron toda oposición política a meros mecanismos de racionalización cuyo impacto no deseado sirvió para fortalecer al mismo establishment que pretendían destruir.

- ¿Qué era, en esos tiempos, la Nueva Izquierda en Estados Unidos?

- En rigor, al comenzar los 60 había dos grandes ramas dentro de la Nueva Izquierda: una (reformista) empeñada en hacer que el Estado volviera a establecerse a partir de los tradicionales valores americanos (derecho a la libre expresión, igualdad, prácticas democráticas) violados cotidianamente en las prácticas institucionales; la segunda corriente (revolucionaria) rechazaba el así llamado "american way of life" como inherentemente corrupto, como la ideología legitimadora de un nuevo imperialismo basado ya no en la cruda explotación económica, sino en una dominación cultural mucho más refinada. Estas dos alas nunca lograron fusionarse. Todo sueño de consolidar un solo movimiento de la Nueva Izquierda terminó abruptamente el verano del 69.

- ¿En cuál de esos dos sectores se alineaba "Telos"?

- Desde el comienzo, "Telos" se alió con los revolucionarios, comprendidas varias sectas marxistas residuales que se las habían arreglado para sobrevivir la represión estatal de los años 40 y 50. No estábamos allí por ninguna simpatía marxista-leninista, sino por la conciencia de que los valores tradicionales americanos que los reformistas reivindicaban habían sido corrompidos de manera terminal al transformarlos en algo completamente diferente.

- Los intentos, que comenzaron a principios del siglo XIX, de adaptar a las nuevas necesidades industriales el modelo americano federal basado en valores como la auto-determinación, el comunitarismo, la autonomía local, etc. (que habían predominado antes de la industrialización y la guerra civil), habían resultado en la transformación de esos mismos valores en un oxymorón tecnocrático, que terminaba enfatizando la centralización del poder, el planeamiento, la racionalización. Por cierto, esa transformación nunca pudo ser llevada hasta las últimas consecuencias y, así, hasta el día de hoy ambos modelos chocan, a veces de manera espectacular, como en el caso de las bombas de Oklahoma.

En los 60, "Telos" debía todavía desarrollar esta lectura crítica de la historia americana. La única opción viable para una renovación social genuina parecía ser un cambio axiológico cualitativo para reestablecer la coherencia política, una visión socioeconómica y principios realmente legítimos.

Esta visión nos colocaba en el lado más revolucionario de la Nueva Izquierda, en compañía de los más dogmáticos marxistas-leninistas, con quienes, por supuesto, no teníamos nada más en común. Nosotros sabíamos demasiado bien que la gloriosa clase trabajadora era políticamente irrelevante, que la economía marxista era una broma, y que el partido (al menos de la manera en que se había instalado en los países del socialismo realmente existente) no era mejor que una banda de gangsters. No es extraño, así, que los marxistas-leninistas nos consideraran más peligrosos que los apologistas académicos del sistema.

Incomprendido por los revisionistas y despreciados por los revolucionarios dentro de la Nueva Izquierda, "Telos" proponía un reexamen sistemático de la trayectoria del pensamiento radical del siglo, centrado especialmente en las tradiciones marxistas que habían sido reprimidas por el stalinismo y otros marxismos ortodoxos, como el marxismo occidental (en términos de Maurice Merleau-Ponty) y la Escuela de Frankfurt. Esta propuesta nos confinó, política y teóricamente, fuera de toda categoría reconocible. Y también, de hecho, nos ahorró el amargo destino que tuvo la Nueva Izquierda.

- ¿La oposición derecha-izquierda se ha vuelto obsoleta ahora o fue siempre una descripción engañosa? En todo caso, ¿qué es lo que la convirtió en equívoca: la globalización?

- Como categorías políticas, tanto "derecha" como "izquierda" tuvieron significados diferentes, según el período y los países. En Europa, en la medida en que el conservatismo tradicional fue exterminado por la Revolución Francesa y sus clones ideológicos en el resto del continente (con el resultado del desplazamiento definitivo del orden feudal por su contraparte "democrático"-burguesa), la diferenciación derecha-izquierda fue un verdadero caballo de Troya que ocultó una serie de crecientemente importantes luchas de poder, no entre capital y trabajo, sino entre aquellos con capital político y cultural y los que no lo tenían. Con la derecha tradicional políticamente fuera del cuadro, todos los proyectos políticos, incluyendo el marxismo y posteriormente el fascismo, fueron esencialmente programas de modernización que proponían diferentes vías de racionalizar el existente orden liberal despolitizando las relaciones sociales y reduciendo la política a la economía. Puesto que el nuevo modo de dominación se basa no sólo en el poder económico, sino en el poder político y cultural, el modo en que podía legitimar su poder la elite ascendente (la Nueva Clase de profesionales, intelectuales, expertos, políticos, etc.) hacía necesario traducir todas las relaciones políticas de poder en relaciones económicas, en las cuales los auténticos brokers de poder se presentan a sí mismos como representativos de otros intereses.

Así, hoy en día, prácticamente en todo Occidente, derecha e izquierda significan poco y nada y designan, en el mejor de los casos, partidarios del libre mercado que predican un liberalismo clásico decimonónico basado en un Estado mínimo y una libertad económica irrestricta, o estatistas que prefieren la versión del siglo XX del Estado de Bienestar, en la que el Estado se convierte en el agente económico más importante y trata de controlar y regular cada aspecto de la vida cotidiana. Esto explica por qué los conflictos políticos han sido reducidos a riñas administrativas sobre la perspectiva y extensión de medidas redistributivas.

En América del Norte las relaciones políticas se han desarrollado siguiendo líneas algo diferentes, pero con resultantes básicamente similares. Dado que Estados Unidos no había tenido un pasado feudal y que la Revolución Americana fue radicalmente diferente de la francesa, la distinción europea entre una izquierda burguesa y una derecha aristocrática nunca tuvo demasiado sentido. Sólo en el siglo XX, después del giro nacionalista que siguió a la guerra civil, las políticas americanas se volvieron comparables a las europeas. Antes de que la centralización del poder político interrumpiera el "american way of life" original, basado en el comunitarismo, el localismo, la autodeterminación y los acuerdos federales flexibles, era muy difícil categorizar a los partidos existentes - como los whigs, los federalistas, etc. - ya fuese como liberales o como conservadores. En los inicios de la Revolución Americana la mayoría de los verdaderos conservadores (los que se oponían a la ruptura con Gran Bretaña) se trasladaron al norte, a Canadá, para vivir en aquellos territorios que habían rehusado unirse a los rebeldes y preferían permanecer leales a la Corona Inglesa.

Hasta 1860, en los Estados Unidos puede haber habido centralistas y autonomistas, federalistas y antifederalistas, pero todos estaban dedicados tanto a "la igualdad" como a "la libertad", para emplear el criterio de Bobbio, muy generalizado pero muy equívoco, muy Nueva Clase, de distinción entre izquierda y derecha. El valor fundamental residía en una individualidad autónoma, extraída y secularizada de la herencia protestante fundacional, que subrayaba la libertad como precondición para una igualdad política real - y que implicaba al mismo tiempo, por cierto, desigualdad económica como resultante. La posibilidad de una poderosa burocracia central redistributiva, investida para recortar la libertad y con opciones fiscales ilimitadas era impensable en esos tiempos. Después de todo, la revolución había comenzado, precisamente como una revuelta impositiva con el té de Boston.

A fines de siglo XIX, las dislocaciones sociales surgidas de la rápida industrialización, la urbanización y, en general, la modernidad, se tradujeron en una crisis política que asfaltó el camino para el dominio del capital en prácticamente todos los aspectos. Pese a la versión Nueva Clase de la guerra civil, pintada como una cruzada moral contra el esclavismo sureño, lo que estaba realmente en discusión era la reconfiguración de los Estados Unidos en términos industriales más que agrarios, una reconfiguración que requería considerable centralización del poder político en Washington y la sistemática marginalización de los Estados como entidades políticas básicas. Como describieron los Lynd (1) en su obra clásica, "Middletown", esos cambios con el tiempo resultaron en una progresiva mercantilización y cuantificación de las relaciones sociales sumadas al debilitamiento de los estilos de vida tradicionales y desencadenaron enormes realineamientos políticos.

Lo que se convirtió en izquierda en sentido moderno surgió con el cambio de siglo como resultado de la movilización necesaria para crear un Estado fuerte y "neutral" administrado por la aburguesada Nueva Clase para contener y regular los, de otro modo, todopoderosos intereses del capital. Fue concebida para proteger a grandes sectores de la población - artesanos autónomos sistemáticamente reducidos a la condición de obreros dependientes - despojados de poder por las nuevas condiciones económicas, en un contexto en el que los consensos políticos existentes (liberalismo clásico) otorgaban al capital mano libre para hacer lo que quisiera. En un escenario marxista clásico, la impotencia de las nuevas masas industriales se tradujo directamente como necesidad de un equivalente americano del partido de vanguardia leninista de expertos y profesionales, único capaz de defender los intereses de masas crecientemente proletarizadas. Así, desde su mismo inicio, lo que existió de división izquierda - derecha en los Estados Unidos fue el resultado directo de la desintegración de la infraestructura política del país y el síntoma principal de una decadencia espiritual que aún no ha culminado.

Desde esta perspectiva histórica, la distinción izquierda-derecha retiene alguna validez. A riesgo de ser reiterativo: si hoy existe alguna diferencia real entre ambas ella reside en la adhesión a dos versiones diferentes del liberalismo: la clásica fórmula decimonónica del laissez faire versus el modelo siglo XX, versión Estado de Bienestar. El primer grupo se permite la nostalgia de un sistema largamente perimido, anfitrión fáctico de intereses capitalistas dominantes, mientras que el segundo aboga por mayor institucionalización - en términos liberal-democráticos antes que republicanos - de una sociedad terminalmente escindida entre una elite de la Nueva Clase y una plebe clientelizada que aquella mediatiza rutinariamente.

Pero incluso en esos términos la diferenciación pierde sentido en la actualidad. En la década de 1960, tras la aparentemente irreversible institucionalización del New Deal, los restos de la derecha americana fueron gradualmente colonizados por el neo-conservatismo: ex liberales de izquierda horrorizados por las consecuencias del nihilismo modernista y por la desintegración de los valores americanos de los siglos XVIII y XIX, como resultado de una industria cultural capaz de manipular conciencia y de ese modo mediar entre una producción masiva globalizada y un consumo masivo programado, que ya no estaba enraizado en necesidades tradicionales. Pese a algunos impulsos libertarios como la candidatura presidencial de Barry Goldwater y los esfuerzos de la primera etapa de la administración Reagan por redimensionar el Estado central, la derecha americana permanece dominada por la ideología neoconservadora, cuyo rol catatónico reside meramente en contener el crecimiento del aparato burocrático existente desplegando la retórica de un marchito liberalismo clásico.

- ¿Los grandes partidos se pueden entender en términos de derecha-izquierda?

- Lo que aun se puede identificar en esos términos en Estados Unidos son agregados heterogéneos que resumen acuerdos y compromisos de una amplia gama de grupos en conflicto. Como un todo, la así llamada derecha (esencialmente, el Partido Republicano) simula defender valores liberales tradicionales como el mercado, la libertad de empresa, el individualismo abstracto, la autonomía, etc.; mientras la izquierda (corporizada en el partido Demócrata) opera dentro de la misma órbita ideológica, pero insiste en los controles estatales para evitar la autodestrucción del sistema. En este sentido, la izquierda es aún más conservadora que la derecha por su permanente proclama de intervencionismo estatal en defensa de cualquier rincón de la vida pública que presuma erosionado por la modernidad, la globalización o la amenaza que sea.

Lo que vuelve más irrelevante la distinción es la lógica electoral de ambos partidos. Con el objeto de alcanzar la mayoría, cada uno de ellos debe ganar el centro, lo que empuja a ambos a proponer programas prácticamente indistinguibles. Para no perder ningún sector sustancial del electorado ambos evitan a toda costa cualquier tema polémico para enfrascarse, en cambio, en detalles poco significativos. El resultado es que, al final, las diferencias de las plataformas de ambos partidos tiende siempre a reducirse a magnitudes mínimas.

Esto ayuda a explicar la pasmosa continuidad tanto en materia de política doméstica como de política internacional, que se manifiesta en una despolitización de facto del proceso político, ahora reducido a un concurso entre sectores diferentes de la misma elite de poder.

El debate crucial sobre la legitimidad de intervención estatal en asuntos sociales, culturales o económicos ha desaparecido hace mucho. Lo que resta, en el mejor de los casos, es la discusión sobre en qué, cuándo y dónde el estado debe intervenir. Por esta razón es que las plataformas de Bush y Gore fueron tan notoriamente cercanas igual - lo que no es sorprendente- que sus respectivos resultados electorales.

Ninguno de estos desarrollos tiene demasiado que ver con la globalización (un proceso que ya estaba más que encaminado cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista). En virtud del poder exageradamente hegemónico de ese pensamiento burgués que reduce todo a relaciones económicas, hoy la globalización ha venido a ser considerada como fons et origo malorum, responsable por prácticamente todo lo que anda mal en cualquier parte. Por cierto, este poder hegemónico significa que los opositores de la globalización se mueven en el mismo universo ideológico liberal. Así, al priorizar las relaciones económicas sobre todas las demás, la crítica permanece entrampada en el marco liberal predominante, de acuerdo al cual la única solución consiste en el intervencionismo estatal efectivo a nivel global. La paradoja aquí reside en que, al oponerse a la racionalización de relaciones económicas globales, el movimiento antiglobalización termina abogando por la agenda de la Nueva Clase a nivel global, extendiendo así la globalización que procura detener, sólo que en términos diferentes. Lisa y llanamente se está extendiendo a escala global la vieja contraposición entre Estado y capital, que aspiraba a contener y regular el capital en un escenario nacional. Y el resultado es similar: el desarrollo y expansión de una Nueva Clase cosmopolita.

Dentro de este marco ideológico, la globalización se ha convertido en chivo expiatorio por la incapacidad y el fracaso de culturas particulares en resistir su manipulación por poderosos intereses económicos. Irónicamente, esta demonización de la globalización es, en sí, parte y resorte de la lógica íntima de la globalización: el énfasis quijotesco en intentos de revertir realidades económicas que están institucionalizadas de facto impide ver la primacía de esa dimensión cultural en la que el impacto devastador de la globalización puede ser amortiguado y hasta neutralizado.

- La palabra globalización se usa para tantas cosas que corre el riesgo de describir poco. ¿Cómo la define usted?

- No hay nada misterioso en la globalización como tal. En términos estrictamente económicos tiene que ver con el desarrollo de un mercado internacional, un proceso que está en marcha desde hace mucho. La única novedad aquí es el impacto que han tenido las nuevas tecnologías y medios de comunicación sobre las transacciones económicas financieras y la aceleración de la integración mundial. Estos desarrollos han tenido un efecto devastador en principio sobre las culturas pre-modernas que no estaban preparadas (y eran, pues, incapaces) para funcionar como la clase de agentes económicos autónomos presupuestos por las relaciones racionales de mercado.

Con todo, como mostró Hilferding casi un siglo atrás, este estado de cosas sólo puede ser temporario, pues esos desequilibrios económicos tienden a autorrectificarse en el tiempo como resultado del despliegue de la lógica íntima del capitalismo. Lo que es aún más importante al respecto es la inevitabilidad de un tipo de modernización, entendida no apenas como occidentalización o americanización (como lo venden Hollywood y el resto de la industria cultural) sino como la gradual constitución de agentes económicos colectivos capaces de competir racionalmente dentro de un marco global. Esto implica que, más allá de que a uno le guste o no, todo el mundo ha de conformarse a la lógica del capitalismo avanzado. La cuestión no es estrictamente económica sino, ante todo, cultural y política.

Así, el problema real de la globalización o integración económica internacional, tiene que ver no con la participación en el mercado global (que es inevitable), sino con la preservación y defensa de las culturas particulares. Esto no puede hacerse simplistamente con la resistencia a la penetración extranjera en los mercados locales. Lo importante es la capacidad de fortalecer la integridad cultural al tiempo que se intenta la globalización en los propios términos.

Contrariamente al modo en que habitualmente se entiende la modernización (como equivalente a occidentalización o americanización), desde el punto de vista de los globalizados antes que del de los globalizadores, modernización implica la creación de un tipo de entidades políticas independientes capaces de proteger la autonomía cultural al tiempo que de beneficiarse de la participación en los mercados globales. En otros términos, no es tanto el impacto económico de la globalización - modernización - lo que implica una amenaza en gran escala para sociedades económicamente débiles y marginales, sino sus consecuencias culturales: el relegar a poblaciones enteras a una suerte de sub-identidad cultural, privada de competir eficazmente en el mercado global.

Las defensas más efectivas contra la americanización y occidentalización no son medidas tontas como la legislación francesa contra la contaminación del idioma francés por el inglés, sino el fortalecimiento de las culturas locales cuya "racionalidad", en la era posmoderna, no puede seguir siendo cuestionada legítimamente desde el punto de vista de cualquier otra cultura. El retrasado reconocimiento de las raíces mitológicas de la racionalidad ha erosionado la pretendida superioridad de cualquier cultura que intente universalizar sus propios mitos particulares.

La globalización económica puede ser resistida eficazmente - o más bien contenida dentro de ciertos parámetros aceptables - sólo previniendo la globalización cultural. Lamentablemente, lo que sucede habitualmente es que, en países que, por ejemplo, no integran el G7, se produce una brecha entre una elite gobernante de la Nueva Clase bien integrada en la economía global (y así comprometida en la suerte de americanización necesaria para sostener las relaciones económicas existentes) y una plebe crecientemente americanizada y manipulada por la industria cultural en proceso de globalización. El resultado de esto es la ausencia de rendición de cuentas, políticas de gasto irresponsables y, tendencialmente, la bancarrota de esos países motivada por deudas públicas onerosas en las que esos regímenes incurren guiados prioritariamente por objetivos de corto plazo y políticas de autoengrandecimiento.

Por eso, la oposición a la globalización económica reduce la posibilidad de los países marginales de participar en la economía mundial (y, así, la posibilidad de huir del marginamiento) mientras deja incólume la americanización progresiva de la población y su demanda de bienes culturales y estilos de vida responsables de su dependencia. No es un accidente que el borrador final del NAFTA, bajo presión de los opositores a la globalización económica y de un ejército de oportunistas compañeros de viaje, haya terminado siendo un documento destinado a defender innumerables intereses particulares políticamente poderosos que nada tienen que ver con el genuino comercio libre. Así, resultó promoviendo más americanización y trivialización de Canadá, generando más dependencia de la economía canadiense de Wall Street y provocando la caída del dólar canadiense para acercarlo crecientemente al nivel del peso mexicano.

- En sus escritos emplea frecuentemente el concepto "Nueva Clase": ¿Podría desarrollarlo aquí? ¿Cómo se expresa el poder de esta clase, política e ideológicamente?

- El concepto de Nueva Clase no es para nada nuevo. Tiene raíces anarquistas que se remontan hasta Mikhail Bakunin, quien desplegó una cruda versión del concepto hace un siglo y medio para explicar la involución de la Primera Internacional. Jan Machasky desarrolló el concepto un poco más - de una manera aún más confusa - para hacer una crítica de la socialdemocracia a final del siglo. Los mismísimos Marx y Engels ya habían prefigurado ideas similares, pero nunca las desarrollaron sistemáticamente en sus escritos. Más recientemente el concepto resucitó gracias a Gyorgy Konrad e Ivan Szeleny, pero sólo para explicar el desarrollo del colectivismo burocrático en la ex Unión Soviética y sus satélites. Más o menos por la misma época - mediados de los 70 - una nueva versión más sofisticada y teorética fue reintroducida en la sociología occidental por Alvin W. Gouldner, quien se valió de la lingüística como su principium differentiationis, en vez de cuestionables datos económicos o las vagas relaciones de poder que teñían las formulaciones anteriores.

Desafortunadamente, todos estos esfuerzos son inapropiados, y el concepto ahora es sistemáticamente rechazado y tomado como otro intento de reciclar y actualizar las muy desacreditadas noción marxista de clase - noción sobre la que Marx nunca pudo teorizar satisfactoriamente, y que, en el último capítulo trunco de El Capital queda como un testamento a la imposibilidad de completar el marxismo como algo más que una descripción de la génesis y estructura del capitalismo liberal. Por ende, aún la actualizada versión de Gouldner termina siendo tanto analítica como políticamente inútil, hasta el punto de que se basa en la misma ideología de la Nueva Clase que pretendía denunciar.

A diferencia de versiones anteriores, que trataban a los intelectuales y otros poseedores de capitales culturales como un todo relativamente homogéneo, Gouldner distinguía dos grupos conflictivos entre sí dentro de la Nueva Clase: los tecnócratas progresivos y los tecnócratas retrógrados. Según él, mientras el primer grupo es creativo, comprometido con el cambio y hasta responsable de todos los beneficios logrados durante la revolución tecnológica, los individuos del segundo grupo son parasitarios, orientados por las normas existentes, y resistentes a todo tipo de cambios al status quo. Tal reconfiguración del concepto ya no contrapone la Nueva Clase a otras formaciones sociales, sino que, para definir y explicar las dinámicas de las sociedades industriales avanzadas, asume automáticamente la legitimidad del dominio de la Nueva clase y pone el foco en el impacto social de los conflictos que explotan constantemente entre tecnócratas y burócratas.

Tal narración es inútil a la hora de entender, por ejemplo, la nueva serie de conflictos y crisis que han llegado a caracterizar la realidad de la posguerra fría, y permanece estancada en el proyecto de ingeniería social del Iluminismo bajo la bendición de la elite que en la Nueva Clase posee el conocimiento superior universalmente válido. Esto legitima lo que esta elite considera una muy necesaria racionalización de la sociedad. Opuesto a los valores occidentales tradicionales basados en la autonomía individual y la autodeterminación - el horizonte valorativo en el que están modulados, de fondo, todos los proyectos políticos contemporáneos -, tal planteo del problema de la racionalización universal presupone como permanente y no problemático específicamente al nuevo tipo de divisiones sociales y conflictos que el concepto esta destinado a explicar. En consecuencia descarta, por ejemplo, temas como el status de los intelectuales y de la hiper-profesionalización del conocimiento en tanto evidencias patológicas de modernidad, presuponiendo una división entre "expertos" con acceso al universo del saber y los valores (por lo tanto con capacidad para planear y tomar decisiones) y una masa clientelizada destinada a ser manejada y manipulada (aunque, presumiblemente, por su propio bien).

El énfasis exclusivo puesto en el conocimiento conceptual entroniza la racionalidad formal como el único modo legítimo de aprehender la realidad y le canta jaque mate por "irracionales" a los alternativos, intuitivos y generalmente informales modos de ser que hacen manejable y significativa la vida al común de la gente que no tiene pretensiones intelectuales o profesionales. El resultado es el nihilismo y una desintegración social progresiva. Sin lazos de cultura y tradición que automáticamente proveen a los individuos de identidad personal, sentido y medios para procesar los problemas cotidianos, la vida se torna cada vez más difícil de negociar, lo cual hace cada vez más necesarias las intervenciones de expertos, profesionales, etc., legitimando aún más a la hegemonía de la Nueva clase en todos los asuntos de la vida cotidiana. En este sentido, el concepto de la Nueva Clase encapsula el discurso de la modernidad: lo que la tradición marxista identificaba como el problema de alineación (pero erróneamente reducida y relegada a las relaciones de producción) y Heidegger, Schmidt - y la mayoría de los revolucionarios conservadores de la Alemania de entreguerras - atribuían equívocamente a la "tecnología", entendida como la degradación de lo humano hasta cumplir sólo funciones mecánicas. El paternalismo institucional resultante, al que la Escuela de Frankfurt culpaba de la proclividad de las clases obreras a seguir regímenes autoritarios, también ayuda a entender la creciente desigualdad económica y las diferencias de salarios entre los profesionales de la Nueva Clase y el resto de la sociedad.

La extensión de la hegemonía ideológica de la Nueva Clase - prolijamente vendida como un liberalismo neutral que proclama encarnar los principios supuestamente válidos universalmente del Iluminismo - se refleja en la ausencia de una oposición sustancial a su dominio. Sumados al individualismo abstracto y la igualdad formal, el profesionalismo actual - la primacía epistemológica de la racionalidad instrumental - y lo que Adorno denominó "lógica de la identidad" siguen siendo el dogma predominante. No es preciso reciclar la teoría de la circulación de las elites de Gaetano Mosca para darse cuenta de la medida en la cual intrincadas burocracias y tecnocracias permanecen en el poder, pese a los cambios y alternancias de administraciones democráticamente electas. El funcionariado está más allá de las prerrogativas democráticas y aún de modificaciones más radicales, como, por ejemplo, los cambios de regímenes fascistas a comunistas en Europa Oriental después de la II Guerra Mundial, que no amenazaron la permanencia institucional de la mayoría de los tecnócratas y burócratas - por lo menos la de aquellos que no fueron colgados o fusilados. El antiguo chiste del ejército americano sobre que los documentos viejos e irrelevantes sólo pueden ser destruidos previa copia por duplicado se aplica aún más al aparato dominante de la Nueva Clase. A pesar de la solemne promesa de Ronald Reagan de reducir la burocracia y las innumerables regulaciones que la sostienen, de hecho ambas crecieron durante su gobierno.

La Nueva Clase no es una "clase" en el sentido marxista de una relación con los medios de producción, sino en un sentido general, metafórico, que la describe como un grupo poseedor de capital cultural (conocimiento), que usa ese capital para asegurarse una posición social privilegiada con respecto a aquellos que no lo tienen. En la medida en que tales relaciones de poder sólo se pueden mantener privilegiando lo racional formal y los valores presuntamente universales y descartando como irracionales (o, en el mejor de los casos, pre-racionales) otros modos preconceptuales de ser, la Nueva Clase reclama la codificación exhaustiva de toda la realidad como precondición para reconocerla como tal, legitimando así sus propias habilidades particulares como único medio para acceder a esa realidad.

La institucionalización de éste predicamento artificial abre el camino no sólo para las enormes diferencias de salario entre los miembros de la Nueva Clase y aquellos sin ese capital cultural, sino también para el debilitamiento de todos aquellos que no están en condiciones de negociar a través de las nuevas redes profesionales de comunicación a través de las cuales se consagra la universalidad. Esta fractura social, que se da tanto a nivel local como a nivel global, genera un tipo de desigualdad mucho más corrosiva que cualquier otra que el antiguo capital alguna vez pudo crear, mucho más difícil de mostrar, confrontar políticamente y revertir en su momento.

- En su pensamiento, y en general en el de "Telos", hay una vigorosa defensa del federalismo, en términos de autonomía de pueblos y comunidades ante el gobierno central. ¿Puede definir su concepto del federalismo y el rol político que le asigna?

- Contra su sentido original (un sistema destinado a garantizar la autonomía y autodeterminación en un contexto en el que sólo algunas limitadas prerrogativas eran concedidas al gobierno central, creado específicamente para afrontar problemas comunes), el federalismo actual se refiere prioritariamente a la cuestión de la centralización del poder. Un sistema armado específicamente para garantizar las particularidades culturales de las unidades políticas que constituían la federación ha sido convertido en su opuesto, donde el Estado central contempla cada vez más a cada una de esas unidades como meras correas de transmisión para implementar los mandatos del centro. Esta inversión de sentido es un ejemplo perfecto de cómo la Nueva Clase ejerce su hegemonía de modo de redefinir la realidad a su propia imagen.

Pese a una gran dosis de resistencia en los niveles locales, esta sustitución de un sistema descentralizado por uno centralizado ha venido procesándose durante mucho tiempo. De hecho, se trata de un proceso inacabado y en los Estados Unidos sigue siendo una fuente de constantes fricciones entre el Estado central y los Estados. Lo que lo ha permitido es, entre otras cosas, el despliegue exitoso de la ideología de la Nueva Clase: un liberalismo gerencial muy lejano de su contraparte del siglo XIX. Al contraponer un gobierno central alegadamente basado en valores neutros, conocimiento científico y racionalidad, con comunidades locales ligadas sólo por tradiciones particulares, costumbres, religión, dialectos, etc., la Nueva Clase ha deslegitimado progresivamente a éstas últimas - por lo común, instrumentando las crisis que se dan - y así pavimentó el camino para la usurpación por el gobierno central de la mayoría de las funciones que originalmente constituían prerrogativas locales.

Lo que facilitó este proceso es la irresuelta ambigüedad de la Constitución, cuya Carta de Derechos habilita al gobierno federal a actuar en su defensa, desactivando así la décima enmienda que estipula una limitación explícita del gobierno central a tareas expresas. Combinada con el poderoso cepo fiscal del gobierno central y su capacidad para presionar a los Estados con la amenaza de retenerles sus fondos, la supremacía de los derechos por sobre todas las otras cuestiones ha significado que, para todos los asuntos prácticos, Estados Unidos funciona como una nación centralizada más que como una federación.

La reivindicación del significado original del federalismo en "Telos" siempre ha estado vinculada a la crítica de la democracia representativa como insuficientemente democrática, y con la necesidad de volver operativa la democracia directa, al menos en los niveles inferiores de la toma de decisiones. Al separar marcadamente una elite política de expertos de la Nueva Clase de una masa crecientemente alienada y por ello incompetente, la democracia representativa cae víctima de intereses privados en condiciones de financiar e, indirectamente, controlar el sistema político. En este sentido, la crítica marxista de la democracia burguesa como tendencialmente instrumental al capitalismo siempre ha mantenido actualidad. Sin una ciudadanía competente capaz y deseosa de controlar a sus representantes, éstos sólo rinden cuentas a los intereses privados que los sostienen. Lo que es especialmente problemático en este sistema es que, lejos de ser autorrectificatorio, tiende a ensanchar la brecha entre los representantes y aquellos a quienes dicen representar, con el resultado de un régimen de Nueva Clase cada vez menos democrático. En el nivel global se produce el mismo proceso con consecuencias igualmente debilitantes. Más allá de que la solución que habitualmente proponen - el gobierno mundial - puede ser peor que el problema, los opositores a la globalización están especialmente preocupados por la ausencia de una democrática rendición de cuentas.

- ¿Cree que en la era de la globalización el federalismo puede operar como instrumento organizativo para comunidades más amplias como los agrupamientos regionales de naciones?

- Es difícil determinar si generalizar el federalismo a niveles regionales o globales es posible (e inclusive deseable), ya que los poderes financieros que hacen funcionar la economía mundial no son fácilmente susceptibles de control político. Es obvio, sin embargo, que la institucionalización en ciertos países de un federalismo basado en una estricta subsidiariedad (y de ese modo basado en última instancia en una democracia directa, de abajo arriba) haría más sencillo traducir esas prácticas en un marco más amplio. Y, claramente, tal marco sería preferible al actual, en el que la ideología de derechos humanos de la ONU, conciliando con los intereses de Estados Unidos, trata de homogeneizar el planeta tras la imagen que la Nueva Clase estadounidense tiene de sí misma y de cómo debería ser el mundo.

- ¿Su concepto de federalismo está sólo ligado a lo político territorial (comunidades autónomas que comparten determinado espacio) o incluye también la conexión de comunidades funcionales, por caso, los sindicatos obreros u organizaciones independientes como mutuales, asociaciones de consumidores, etc.? En todo caso, que similaridades y diferencias observa en estos campos para el desarrollo de las ideas federalistas?

- Lo que usted describe no es federalismo, sino corporativismo. Aunque hay similaridades entre ambos conceptos, no son lo mismo. Las entidades corporativas no son comunidades en un sentido estricto, sino más bien asociaciones voluntarias, organizaciones libres que compiten y/o cooperan en la así llamada esfera pública en defensa de los intereses de sus miembros. Históricamente asociado en exclusividad con el fascismo, el corporativismo se ha transformado, de hecho, en la estructura organizativa normal de todas las sociedades industriales avanzadas, más allá de la sedicente descripción de cada una como liberal-democrática, social-demócrata o comunista. En un contexto en el que las elecciones democráticas se han deteriorado al nivel de un espectáculo ritual para legitimar la competencia entre grupos de la elite de la Nueva Clase, la única manera efectiva de administrar efectivamente una sociedad moderna consiste en modular las demandas y necesidades de corporaciones varias. Inclusive las federaciones basadas en comunidades suficientemente pequeñas como para facilitar la democracia directa tienen que tratar con todas las asociaciones voluntarias, grupos de interés o, en términos generales, las corporaciones que ellas contengan.

A diferencia de las entidades corporativas, en las que la participación es contingente y no define permanentemente identidades personales, las comunidades marcan a los individuos de un modo irrevocable. Uno no elige sus padres, su raza, su lugar de nacimiento, su idioma materno, religión, etc.. Del modo en que toma un trabajo en una fábrica, se afilia a un sindicato o cierto número de organizaciones voluntarias. Tampoco es posible modificar la propia estructura genética, los padres o la historia personal. Mientras las estructuras corporativas pueden ir y venir, las comunidades no, salvo circunstancias catastróficas. Esto explica también por qué es tan importante defender su particularidad cultural. En otros términos: las comunidades y las asociaciones voluntarias operan en diferentes niveles, lo que ayuda a entender por qué la ideología de la Nueva Clase da la bienvenida a las últimas, pero trata sistemáticamente de erosionar y homogeneizar aquéllas. Las comunidades se convierten en entidades políticas cuando ellas se definen de ese modo, mientras que las asociaciones voluntarias siempre se mantienen, en el mejor de los casos, como agencias económicas, con o sin lazos políticos con grupos de presión. Las comunidades pueden formar una federación si eligen hacerlo; las corporaciones sólo pueden solicitar reconocimiento y satisfacción de sus demandas dentro del sistema político vigente, sea éste el que sea.

- Usted defiende el populismo. En Argentina, por estar asociado al movimiento peronista, ese término ha sido demonizado desde distintos sectores: académicos, liberales, izquierdistas. ¿Cuál su definición de populismo?

- La demonización del populismo no es un fenómeno limitado a Argentina. El populismo es odiado e incomprendido en todo el mundo, especialmente por los académicos y la Nueva Clase, que inmediatamente lo asocian con el fascismo y otros regímenes autoritarios. El problema con esa asociación reside en que el populismo habitualmente es una reacción contra las falencias de la democracia y es siempre mucho más democrático que cualquier sistema basado en la democracia representativa. Con la posible excepción del populismo ruso, los movimientos populistas surgen en coyunturas históricas cuando el proceso democrático ha degenerado tanto que clama por una reacción auténticamente democrática. Dado que reacciones de esta índole nunca son articuladas o mediadas por intelectuales capaces de reconfigurarlas dentro de parámetros coherentes y "racionales", ellas terminan incluyendo todo tipo de visiones "políticamente incorrectas" sobre religión, inmigración, cuestiones raciales, etc. Como resultado, ellas son, ya sea demonizadas o despreciadas como irracionales, fascistas, etc., o, con el pretexto de representarlas legítimamente, son exitosamente instrumentalizadas para legitimar proyectos colectivistas de la Nueva Clase, como el New Deal.

Es sorprendente cómo académicos, por otra parte serios, que estudian el populismo (como Margaret Canovan, Yannis Papadopoulos y hasta Pierre André Taguieff) invariablemente prologan sus trabajos con disculpas acerca de que el término "populismo" es ambiguo, contradictorio o demasiado vago para ser manejado aunque, en reflexiones ulteriores, admiten que "democracia", "federalismo" y prácticamente cada otro concepto fundamental de la ciencia política es asimismo problemático. Esa fobia instintiva de la Nueva Clase se debe al hecho de que el populismo es anti-intelectual en el sentido de que rechaza la distinción entre intelectuales y no intelectuales, a través de la cual los primeros gobiernan y los segundos los siguen. En un estilo auténticamente democrático, reclaman que todos sean considerados igualmente calificados para participar en la clase de decisiones que afecta su vida. Consecuentemente, hasta los puntos de vista más rabiosos se las arreglan para encontrar expresión y hasta para ser adoptados como parte de los proyectos políticos particulares. Tal, lamentablemente, es el precio que se debe pagar por una democracia real desengrillada del dogmatismo liberal que define a priori lo que es aceptable y lo que no lo es, hasta llegar a minucias prohibitivas como el tema del fumar pasivamente, la "intensividad" en relación con cualquier grupo social, el considerar criminal las fantasías sexuales con menores, para no mencionar la cuestión de las drogas, el alcohol, etc.. Si la democracia es auto-correctiva (y lo es por definición, si no se le imponen valores ajenos, más allá de ella) entonces tales patologías o seudo-patologías serán corregidas en el curso normal de los acontecimientos. Finalmente, el populismo busca reivindicar valores culturales particulares que, si necesitan defenderse con estilos tan explícitos, o han degenerado a lo que, desde una perspectiva externa, aparece como patológico, o están amenazados por desarrollos difíciles de contener por medios normales. En cualquier caso, el populismo es siempre un síntoma de la crisis de la democracia y la autodeterminación.

- Últimamente, en los debates culturales y políticos, así como en los medios, se manifiesta un nuevo tipo de censura bajo la forma de lo "políticamente correcto": hay algunos temas que sólo pueden ser mencionados eufemísticamente o presentados con comentarios negativos, mientras que otros temas no pueden ser mencionados para nada. ¿Cuál es la causa de esta "corrección política"? ¿Es un fenómeno norteamericano, europeo o transnacional?

- La corrección política es solamente otra manera de nombrar a un fenómeno muy antiguo: el dogmatismo. Si alguien piensa que tiene acceso directo a "la verdad", toda otra alternativa sólo puede interpretarse como errores, pecados o crímenes. Todas las religiones - y el tipo de cultura que estas generan - caen dentro de esta categoría. Los talibanes son sólo una expresión extrema de este fenómeno. En el Occidente de hoy, las religiones han sido privatizadas y relegadas a un dominio pre-político por la secularización que suscitó el desarrollo del estado moderno tras las guerras religiosas del siglo XVII. El estado moderno se ha arreglado para contener y despolitizar el tipo de dogmatismo que, siglos antes, había llevado a las Cruzadas, la matanza de los infieles y un gran número más de atrocidades cometidas en nombre de la única real "Verdad". Por supuesto, la carnicería paró sólo en el Occidente. El colonialismo y el imperialismo continuaron esta tendencia hasta bien entrado el siglo XX, como está documentado por las experiencias belgas en el Congo y gran parte de la historia de las penetraciones de Occidente en Latinoamérica y Asia. El liberalismo clásico, por lo menos en teoría, defendió siempre a la libertad y la tolerancia, siempre y cuando nadie fuera dañado por determinadas prácticas. Cuando la creciente demanda de servicios sociales y la intervención estatal en las relaciones económicas abrió el camino para el crecimiento masivo de un gobierno central - y el incremento del poder de la Nueva Clase - el liberalismo clásico gradualmente se convirtió en un liberalismo gerencial.

Anteriormente el mayor problema consistía en la libertad y evitar que las resultantes actividades libres dañaran a otras personas. Ahora el estado gerencial llegaba para asegurar la equidad e inclusive para evitar el daño contra uno mismo - ya que ahora el Estado soportaría el costo de las consecuencias de todo comportamiento desafiante. Responsable por la conducta de todos, el estado intervencionista penetró en todo aspecto de la vida cotidiana, para asegurar la conformidad con el tipo de individualismo abstracto y racionalidad formal que presupone como condición para el bienestar social. Esto significa que lo que previamente funcionaba como meras guías regulatorias fue gradualmente convirtiéndose en el tipo de valores absolutos que subyace en las religiones tradicionales y, al mismo tiempo, fue generando el equivalente secular del tipo de dogmatismo que el liberalismo clásico se proponía originalmente dejar de lado. La corrección política es la forma que este dogmatismo toma dentro del liberalismo gerencial.

En casos extremos, cualquier cosa que amenace el dogma de la igualdad - ya no formal sino substancial - se convierte en anatema, y lo que previamente hubiera sido rechazado como simples "puntos de vista erróneos", ahora es demonizado y hasta criminalizado. En algunos países europeos es un crimen hasta el mero hecho de elevar la pregunta sobre si el Holocausto realmente tuvo lugar. En los Estados Unidos es absolutamente tabú sugerir que las diferencias raciales van más allá del color de piel y valores culturales particulares como el patriarcado u otros que estipulan cualitativamente roles diferentes según el género también son demonizados. La corrección política no se detiene en el límite de condenar ciertas conductas u opiniones particulares: se extiende hasta los sentimientos personales particulares. Las llamadas "leyes de odio" buscan homogeneizar estados psicológicos internos con represiones morales y normas estrictas semejantes a las de la Inquisición española.

El fervor casi fanático y la pasión desproporcionada de aquellos que promueven la corrección política sólo pueden ser explicados en términos religiosos. Especialmente en países con un pasado protestante o puritano, que han pasado por una rápida secularización luego de su modernización, como Estados Unidos y la mayoría de los países del norte de Europa, el liberalismo en general y la corrección política en particular se han convertido en los sustitutos racionales del tipo de religiones dogmáticas que fueron descartadas como supersticiones o mitos. Esto ayuda a entender por qué, por ejemplo, es más difícil encontrar corrección política en Latinoamérica o el sur de Europa, donde el catolicismo todavía es predominante. Lamentablemente (en el sentido de que es parte de la ideología de derechos humanos que está siendo impuesto por el Nuevo Orden Mundial auspiciado por los Estados Unidos y la ONU) se está empezando a manifestar en estos países también. Por cierto, la oposición por parte de sectas fanáticas como los talibanes es finalmente contraproducente, en el sentido de que ayuda a legitimar la misma ideología que rechaza.

- ¿Cuáles son, a su juicio, los debates culturales más importantes que hoy se plantean en Estados Unidos? ¿Dónde encuentra los mayores signos de vitalidad?

- En el frente cultural, el tema más debatido, lejos, es el multiculturalismo. Pero los términos de ese debate están distorsionados y tanto los que están a favor como los que se oponen al multiculturalismo quedan atrapados en la telaraña de un liberalismo gerencial, interesado antes que nada en preservar las relaciones sociales vigentes - aun a costa de tener que cambiarlo todo, como dice el viejo proverbio francés. Bajo el pretexto de respetar la autonomía cultural en el seno de una sociedad pluralista, la política sobre esta cuestión es realmente una versión "nueva y mejorada" de la vieja estrategia asimilacionista.

Estados Unidos era multicultural de facto hasta la Segunda Guerra, aun si ese multiculturalismo permanecía sumergido bajo una abrumadora hegemonía cultural wasp. Ese esfuerzo concertado para homogeneizar y "americanizar" poblaciones culturalmente heterogéneas, concentradas principalmente en las grandes zonas urbanas, sólo comenzó después de que resultara obvio que esas poblaciones no cumplían los requerimientos del nuevo mercado nacional en que se basaban la producción y el consumo masivos de la era fordista. Sólo una población homogénea, con referencias culturales, necesidades y deseos similares podía producir y consumar las estandardizadas mercancías producidas masivamente. Así, para que funcionara la publicidad era indispensable apelar a referencias conocidas por todos: ningún campesino con apenas rudimentario uso del inglés podía ser persuadido, por caso, de beber Coca Cola a través de la promesa subliminal de que mejoraba su potencia viril.

La estrategia de americanización funcionó más que bien, pero tuvo también consecuencias no deseadas relacionadas con la desintegración cultural que precipitó. Reducida al común denominador más bajo posible, la cultura americana se redujo al consumo de cualquier commoditie en condiciones de entregarse al mercado, algo que ciertamente no sustituía las ricas y tradicionales culturas que supuestamente dejaban tras de sí los inmigrantes. El colapso de las ciudades americanas, los incrementos en la criminalidad y otras disfunciones sociales evidenciaron que esa política provocaba una autoderrota. Afortunadamente, entretanto la tecnología se había desarrollado bastante como para permitir la segmentación del mercado y el tipo de producción diversificada que ella requiere. En otras palabras, en la segunda posguerra quedó claro que la americanización como sinónimo de homogeneización era obsoleta. El objetivo podía llevarse a cabo más eficazmente apelando a las especificidades culturales sin evadir el amplio marco del liberalismo gerencial.

Así el multiculturalismo vio la luz como vía para asimilar minorías y grupos étnicos, no como grupos en igualdad de condiciones con cualquier otro, sino en tanto minorías y grupos étnicos. La cuestión de la cultura común ahora es irrelevante. La industria cultural es omnipresente y sigue homogeneizándolo todo integrando cualquier particularidad cultural que pueda instrumentalizar. Con ese inevitable horizonte, la integración de otras culturas en tanto otras culturas sólo contribuye a crear una Nueva Clase multicultural que, con el pretexto de preservar culturas tradicionales condenadas a la desaparición, en los hechos retarda la integración efectiva de inmigrantes y minorías.

En este sentido se da el debate entre los ideólogos conservadores de la Nueva Clase, que intentan revivir una visión de una América que nunca existió de modo de inflar su propio capital cultural, y los miembros multiculturales de la Nueva Clase, que tratan de ampliar su capital particular a costa de los grupos que dicen representar. Nada de esto ha tenido impacto significativo alguno en la cultura de Estados Unidos, más allá de la multiculturalización de la televisión y la publicidad masiva justo en el momento en que la cultura informática y los desarrollos multimediáticos empiezan a convertir en irrelevantes a ambas. En el ambiente académico la cuestión se reduce a debate académico sobre puestos de trabajo, promociones y la creación de programas cada vez más absurdos que no llevan a ninguna parte.

En el terreno político, todos los debates que había sobre el rumbo de la sociedad americana, su carácter, etc., quedaron al margen a causa de la prosperidad de los años 90. Lo que resta hoy son, en el mejor de los casos, negociaciones entre las dos principales fracciones de la Nueva Clase acerca de la extensión y características de las políticas estatales redistributivas: la extensión de los recortes impositivos, cómo reorganizar la educación, qué nuevo programa financiar, etc.. Otros temas, como los referidos a la globalización, los standards ambientales y el crecimiento económico simplemente no generan mayores debates, a menos que sean auspiciados por lobbies específicos, como es el caso del Medio Oriente, donde generalmente no se pasa de discutir la extensión del respaldo y la ayuda de Estados Unidos a Israel. Las relaciones con China, la contención de Irán y otros países calificados de "malhechores", las negociaciones con Rusia sobre reducción de armamento nuclear, las políticas sobre drogas, inmigración, discriminación, etc., son todavía las que contribuyen a los titulares de la gran prensa, y sobre ellas normalmente informan los medios, pero son habitualmente olvidadas tan pronto languidecen las informaciones. En el mejor de los casos, ese debate sólo involucra a una pequeña minoría de intelectuales con interés profesional sobre esos temas en particular.

El tipo de prosperidad que hizo posible la revolución tecnológica en la década pasada y el colapso de cualquier oposición significativa a la hegemonía política y cultural de Estados Unidos ha tenido el efecto de un narcótico sobre la política americana, ahora más que nunca interesada con temas estrictamente locales o regionales: vivienda, tránsito, delito, etc.. La despolitización actual de Estados Unidos no difiere del fenómeno similar durante los años de Brezhnev en la ex Unión Soviética - un período que un creciente número de rusos mayores van a recordar como "los buenos viejos tiempos". En la medida en que el régimen pueda garantizar un nivel de vida aceptable, los temas políticos más amplios se eclipsarán en la conciencia pública.

Pese a todo, Estados Unidos sigue siendo una sociedad vibrante con un brillante futuro, mucho más que cualquier otro país comparable. El constante flujo de inmigrantes - generalmente los mejores, los más emprendedores - revitaliza la sociedad americana y regenera un sentido de misión que de otro modo se habría perdido. La habilidad americana de controlar la división internacional del trabajo ha llevado a una concentración de poder decisorio que reduce al resto del mundo a un status de dependencia cultural, económica y política. Para bien o para mal, Estados Unidos está forzado a seguir siendo el motor de la historia mundial por el futuro previsible. A la luz de los problemas potenciales que presentarían otras alternativas, no parece el peor de los escenarios posibles. Qué clase de impacto este estado de cosas tiene o llegará a tener en el resto del mundo depende, por supuesto, de cada país en cuestión.

- Está en debate el proyecto de una zona americana de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego. ¿Qué impacto cree que tendrá ese proyecto sobre el relacionamiento cultural entre Estados Unidos y la América del Sur?

- Todo depende de lo que se entienda por "zona de libre comercio". Si se trata de algo como el NAFTA, sólo ayudará a perpetuar o intensificar los problemas e incomprensiones preexistentes. Pese a la etiqueta de "libre comercio" que se le aplicó, el NAFTA es, a lo sumo, una pesadilla burocrática que nutre innumerables negocios privados y pone obstáculos al comercio libre que son peores que los que había antes (excepto, claro, para aquellos sectores con un buen gancho político que les permitió influir sobre la redacción final de los acuerdos). Por ejemplo, no hay motivo alguno para mantener una frontera entre Estados Unidos y Canadá como no sea para proteger intereses particulares a ambos lados del límite o para sostener el sentimiento espurio de diferenciación cultural y política. Ese esfuerzo de la administración actual por racionalizar las relaciones económicas con México es un paso en la dirección correcta, pero inclusive en este caso es inmediatamente obvio el tipo de casi ilevantables obstáculos que subyacen en las normas. Si, manipulando a sus representantes políticos, el sindicato americano de camioneros pudo trabar los esfuerzos minimalistas destinados a aligerar las trabas al ingreso de camiones mexicanos a Estados Unidos, puede imaginarse las objeciones de intereses particulares que se pondrán en movimiento cuando se quiera flexibilizar restricciones más importantes.

Queda claro que cambios de esta magnitud provocan fisuras en todos los niveles. Sin embargo, los eventuales beneficios bien valen ese precio, especialmente para América Latina. Un desarrollo de esas características no es cualitativamente distinto de la integración de los países de Europa Oriental y Central a la Unión Europea. No sólo producirá beneficios económicos inmediatos a América del Sur sino que, como ha sido la experiencia de los países de Europa del Sur que se integraron a la Unión Europea, ese relacionamiento será un agente catalizador del proceso de racionalización de la a menudo bizarra estructura legal y burocrática de los países involucrados. Si ese acuerdo económico llega a funcionar, la circulación de una moneda común también será beneficiosa para todos. A diferencia del destino corrido por el marco alemán en el proceso de homogeneización que llevó al euro, en virtud de su masiva presencia internacional el dólar no será afectado. Después de eventuales problemas iniciales de adaptación, las monedas latinoamericanas se beneficiarán al alcanzar el tipo de estabilidad que necesitan desesperadamente.

En cuanto al impacto cultural sobre Estados Unidos, contribuirá a descongelar los residuos puritanos que todavía están profundamente enterrados en la conciencia colectiva americana y para enriquecer, más aun de lo que lo hizo la inmigración mexicana en los estados de la costa Oeste, lo que los observadores externos perciben como una cultura americana algo parroquial y ensimismada. Ya desbordada por la cultura industrial de Estados Unidos, la cultura latinoamericana no perderá más de sus particularidades que lo que ya hubiera perdido o lo que perdería participe o no de la zona de libre comercio. En la columna del activo, a través de la integración económica con América del Norte, Latinoamérica se encontraría de inmediato en una posición de mayor fortaleza en relación con el resto del mundo.

Los Estado-nación tradicionales han perdido ya mucho de su soberanía y los críticos de la globalización aciertan al predecir aún mayores erosiones en el futuro. Los llamados de algunos de ellos a la creación de un gobierno mundial como una solución, no obstante, tornarían las cosas peores y más inmanejables, inclusive si tal estructura política global terminara siendo una federación no rígida, no más fuerte que la actual ONU. Soluciones intermedias, como las zonas de libre comercio - que ya Carl Schmitt veía institucionalizada, así fuera embrionariamente y con explícitos objetivos imperiales, en la Doctrina Monroe - son una alternativa mucho mejor. Pero quizás esta discusión está de más pues la globalización, para bien o para mal, está precipitando este tipo de integración. Organizarla a conciencia, antes que dejarla al capricho de los flujos financieros, puede reducir las rupturas inevitables que ella produce y facilitar el desarrollo de vínculos culturales mutuamente beneficiosos.

1 Robert y Helen Lynd: Matrimonio de sociólogos americanos, nacidos a fines del siglo XIX. Sus estudios sobre la clase media americana publicados en 1929 y 1937 no sólo fueron muy apreciados académicamente, sino que gozaron de una gran popularidad.

La política de los guerreros

La política de los guerreros

Publicado por Jorge Raventos en Agenda Estratégica, el 29 de diciembre de 2002.

 

El pensamiento de Robert Kaplan y la New America Foundation
El libro más reciente de Robert D. Kaplan –El retorno de la antigüedad. La política de los guerreros, Ediciones B, Barcelona, 2002- atrae la atención no sólo sobre su autor, sino sobre una línea de pensamiento influyente en los círculos estratégicos de Estados Unidos. Kaplan ha sido consultor de las Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos y es frecuentemente invitado a discutir asuntos mundiales con generales y almirantes de su país.

Periodista e investigador, Kaplan ha viajado por los confines más conflictivos del planeta y ha reportado sobre ellos en libros como Fantasmas balcánicos o La anarquía que viene; también ha registrado las nuevas realidades y tensiones de los Estados Unidos en Viaje al futuro del Imperio. Por debajo de la superficie aparentemente descriptiva de esos textos puede detectarse un tejido conceptual que, en su último libro, se vuelve explícita y protagónica.

En El retorno de la antigüedad Kaplan exhibe su óptica interpretativa, que él define como “realismo constructivo”, y llama en su ayuda a pensadores clásicos del poder y la guerra (Tucídides, Sun-Zi, Tito Livio, Maquiavelo, Hobbes, Burke) y a Padres Fundadores de los Estados Unidos como Hamilton o Madison. Su punto de partida: “…el mundo no es moderno ni posmoderno, sino simplemente una continuación del antiguo; un mundo que, a pesar de sus tecnologías, los mejores pensadores chinos, griegos y romanos habrían podido comprender”. Su advertencia: vale la pena ser escéptico ante las teorías optimistas sobre el futuro de la política global desarrolladas desde la caída del Muro de Berlín, tras de las cuales “está el supuesto implícito de que las elites prósperas y razonables son lo bastante dominantes como para conducir el mundo hacia más democracia, más derechos humanos y más

Antes que una administración del progreso armónico, “la política será el arte, más que la ciencia, de la gestión de la crisis permanente”. En esa gestión, “los políticos experimentados…no se guían por la compasión, sino por la necesidad y el interés propio”. La virtud del político es lo contrario de la rectitud: “Si un acto es justificable por sus probables consecuencias, por muy sórdidos que sean algunos de los motivos internos que lo impulsan, sigue existiendo integridad inherente al proceso de toma de decisiones (…) el arte de gobernar exige una moralidad de consecuencia; un estadista debe ser capaz de pensar en lo impensable”. Por el contrario, “los argumentos morales rígidos conducen a la guerra y al conflicto civil, rara vez a las mejores opciones (…Definiéndose como realista, Kaplan toma distancia del determinismo fatalista: “Las guerras rara vez se han ganado mediante el fatalismo y las victorias en el campo de batalla contra fuerzas muy superiores han cambiado generalmente el curso de la historia”, alega Kaplan y levanta el ejemplo de Churchill frente a la superioridad material de Hitler (“un hombre meramente racional no habrá desafiado a Hitler como lo hizo Churchill”) y el espíritu expuesto por Ronad Reagan en su discurso inaugural como Presidente de Estados Unidos: “Yo no creo en un Destino que caerá sobre nosotros hagamos lo que hagamos. Creo en un Destino que caerá sobre nosotros si no hacemos nada”.

Sin embargo, su apartamiento del fatalismo, de “lo inevitable” no induce a Kaplan a una actitud desviadamente voluntarista. Aquí reivindica el concepto maquiavélico de previsión inquieta: “La detección temprana es una condición sine qua non de la prevención de crisis y (…dado que hay circunstancias que no se pueden prever…) la política ha de ser el arte de organizar inteligentemente aquella información que sí se puede prever, con el fin de establecer un marco de referencia, aunque impreciso, de los acontecimientos futuros”. Lo más previsible es lo que cambia lentamente o no cambia en absoluto: clima, recursos básicos, ritmo de urbanización, variables demográficas, etc.

Publicado después de los ataques terroristas a Nueva York y Washington, el libro de Kaplan explora, con apoyo en los pensadores clásicos, las perspectivas de la nueva guerra global. “Los grupos que se nieguen a jugar según las reglas de Estados Unidos cometerán atrocidades constantemente. La reacción desproporcionada exigirá un precio terrible a medida que la tecnología lleve a estados Unidos más cerca, por ejemplo, de Oriente Próximo de lo que ha estado nunca de Europa. Todos los pasos diplomáticos serán también militares, a medida que la separación artificial entre las estructuras civiles y los mandos militares, que ha sido una característica de las democracias contemporáneas, siga desvaneciéndose.” Ante el desafío de los nuevos guerreros que “no lucharán según los conceptos occidentales de justicia, nos atacarán por sorpresa, asimétricamente en nuestros puntos más vulnerables".

El pensamiento de Kaplan no es un destello solitario. El autor forma parte de un think tank muy productivo, la New America Foundation (NAF), en la que revistan varios investigadores e intelectuales norteamericanos que difunden sus trabajos más allá del ámbito académico, en círculos profesionales y en medios informativos de amplia difusión. Entre ellos se cuentan su Presidente, Ted Halstead, y su investigador jefe, a cargo de estudios estratégicos, Michael Lind. Es interesante transcribir algunos fragmentos de trabajos publicados por la NAF, en los que se reflejan rasgos centrales de sus líneas de pensamiento.

¿Son los Estados Unidos el Nuevo Imperio Romano?

A mediados de junio de 2002, Michael Lind escribió para The Globalist (un medio en el que habitualmente colabora) un comentario sobre el discurso de George Bush en West Point en cual el mandatario de Estados Unidos proclamó su doctrina sobre la guerra preventiva.

"En el pasado – escribe Lind- los paralelos entre la Roma Imperial y la América Imperial eran fundamentalmente trazados por la izquierda por el aislacionismo de derecha. Ellos pensaban que la política de poder de EEUU corrompía al mundo, a la república americana o a ambos. Lo nuevo desde los ataques terroristas del 11 de septiembre es la asunción de que una política imperial de Estados Unidos es defendible y deseable por parte de muchas voces de la corriente central del pensamiento americano".

Lind asigna esta postura al discurso de Bush, aunque describe a Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, como su verdadero gestor.

"Los imperialistas a la Wolfowitz quieren reducir a todas las otras potencias importantes al rol que mantuvieron Alemania Occidental y Japón durante la guerra fría. Como esos países, la Unión europea, Rusia, China y la India serán desalentadas si quieren armarse o rearmarse".

Lind sostiene que esa política es poco realista. "Si la brecha entre el poder americano y el de otros países principales fuese tan enorme como la que existe entre Estados Unidos y sus vecinos de am{erica del Norte y el Caribe, la Estrategia Imperial de Bush podríaa tener sentido. Pero Estados Unidos carece del poder económico, militar y –lo más importante- político para dominar el mundo como alternativa a liderarlo".

Reconociendo la impresionante participación de EEUU en el producto bruto mundial (20 por ciento), su absoluto predominio militar y las ventajas de su tecnología, Lind destaca, sin embargo, que la participación americana en la producción mundial es hoy menor que en 1945, cuando representaba el 50 por ciento; subraya, asimismo, que pese a los flujos migratorios, la población de Estados Unidos tiende a decaer del 4 al uno o dos por ciento de un total mundial que se proyecta hacia los 9 mil o 10 mil millones de personas. "El uno por ciento de la humanidad puede estar en condiciones de liderar al otro 99 por ciento –concluye Lind-, pero no puede regirlo".

El principal cuestionamiento del autor al imperialismo a la Wolfowitz se centra en "la peligrosa devaluación de la diplomacia como instrumento de la potencia americana (...) trata a la diplomacia como un obstáculo al poder de Estados Unidos, antes que como un componente crítico. Sin aliados en Europa, Medio Oriente, Asia (y en todos lados) que provean bases y derechos de sobrevuelo, los Estados Unidos serían una potencia regional norteamericana con, a lo sumo, capacidad para bombardear países desde el aire o el mar. Una América aislada estaría imposibilitada de lanzar grandes invasiones u ocupaciones militares sostenidas. Aún en zonas menesterosas como Afghanistán, la fuerza militar americana puede ser usada efectivamente sólo en esfuerzos conjuntos con aliados, algunos de los cuales, como Gran Bretaña, Francia y Rusia (el nuevo aliado de Estados Unidos) son todavía grandes poderes –aunque no superpoderes- por derecho propio".

Kaplan y el pensamiento de Huntington

Robert Kaplan reconoce el aporte de a su pensamiento de Samuel Phillips Huntington, a quien dedicó una importante nota-tributo, que publicó en el Atlantic Monthly, uno de los medios en los que suele colaborar. En ese artículo, Kaplan comienza recordando uno de los primeros libros de Huntington, The Soldier and the State, editado en 1957. Ese libro, escribe Kaplan, constituía “una advertencia: la sociedad .

Con The Soldier and the State -señala Kaplan- “Huntington no sólo puso en el mapa intelectual americano el tema de las relaciones entre civiles y militares”, sino que estableció algunas premisas importantes:

“El hecho de que el mundo esté modernizandose no significa que se esté occidentalizando. El impacto de la urbanización y las comunicaciones de masa, asociado a la pobreza y las diferencias étnicas no conduce a que la gente en todas partes piense como lo hacemos nosotros.

“Asia, pese a sus alzas y bajas, se está expandiendo militar y económicamente. El Islam estalla demográficamente. Occidente puede estar declinando en su influencia relativa.

“La conciencia cultural se está vigorizando, no debilitando, y pueblos y estados pueden asociarse en función de similitudes culturales antes que por identidades ideológicas, como en el pasado.

“ La creencia occidental en que la democracia parlamentaria y el libre mercado son aptos para todo el mundo puede inducir a Occidente a conflictos con civilizaciones (notoriamente: la islámica y la china) que piensan de otra manera.

“ En un mundo multipolar basado laxamente en civilizaciones antes que en ideologías, Estados Unidos debe refirmar su identidad occidental.”

Entre otros trabajos de Huntington sobre los que reflexiona, Kaplan subraya la importancia de Political Order in Changing Societies de 1968, donde el autor apunta cómo el desarrollo conduce a nuevos patronas de inestabilidad, inclusive a alzamientos y revoluciones. Las revoluciones francesa y mexicana no fueron precedidas por un aumento de la pobreza, sino por un desarrollo económico y social sostenido. Las grandes revoluciones han sucedido después de períodos de reforma, no períodos de estancamiento y represión”.

Otra mirada singular de Huntington destacada por Kaplan: “Los expertos modernizadores en sus conferencias internacionales suelen hacer discursos contra la corrupción. Huntington muestra que precisamente la modernización que ellos promueven causa corrupción en primer lugar. El siglo XVIII observó niveles sin precedentes de corrupción en Inglaterra, debidos a la irrpción de la Revolución Industrial; lo mismo puede decirse de los Estados Unidos del siglo XIX. Pero la corrupción en ese estadio del desarrollo puede ser útil, escribió Huntington, y no debe ser descartada con arrogancia. La corrupción es un medio a través del cual nuevos grupos se integran en el sistema. La venta de bancas parlamentarias, por ejemplo, es típica de las democracias emergentes y preferible a los ataques armados contra el parlamento.

“La diferenciación más importante entre países concierne menos a su forma de gobierno que a su grado de gobierno”, resume Kaplan. “Las diferencias entre democracias y dictaduras son menos importantes son menores que las que existen entre paìses cuyos sistemas políticos corporizan consenso, comunidad, legitimidad, organización, eficacia, estabilidad y aquellos países cuyos sistemas políticas son ineficientes en esas cualidades”.

Huntington sostiene –destaca Kaplan – “los estadounidenses creen en la unidad de lo bueno (…) asumen que todas las cosas buenas van juntas” (el progreso social, el crecimiento económico, la estabilidad política, etc. . Y eso no es necesariamente cierto.

Otro problema que tiene el pensamiento americano, rescata Kaplan de Huntington, reside en que “nuestra historia nos ha enseñado cómo limitar el gobierno, no como construirlo desde la base. Así como nuestra seguridad, largamente determinada por nuestra geografía, fue ampliamente un don, así nuestras instituciones y prácticas de gobierno fueran una herencia de la Inglaterra del siglo XVII. Nuestra Constitución habla sobre como controlar a la autoridad. Pero en Asia, África, América Latina y los ex países comunistas la dificultad consiste en establecer la autoridad”. Y, citando a Huntington: “El problema no es sólo tener elecciones, sino crear organizaciones”.

Desde la década del 50, escribe Kaplan, “Huntington ha advertido que la sociedad americana requiere servicios militares y de inteligencia que piensen en los términos más trágicos y pesimistas. Escribió que el liberalismo funciona sólo cuando la seguridad puede darse por garantizada...y en el futuro podríamos no poder contar con ese lujo.”

Y cita finalmente a Huntington: “Estados Unidos debe aprender a distinguir entre auténticos amigos que estarán con nostros (y nosotros con ellos) en las duras y en las maduras; aliados oportunistas con los que tenemos algunos pero no todos los intereses en común; socios-competidores estratégicos con los que tenemos un vínculo mezclado; antagonistas que son rivales pero con los cuales la negociación es posible; y enemigos acérrimos que tratarán de destruirnos a menos que nosotros los destruyamos antes”.

La agenda de los valores

La agenda de los valores

Intervención de Jorge Raventos en el panel mensual del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario, correspondiente a junio de 2005, compartido como es habitual con Jorge Castro y Pascual Albanese

   

Estamos ante tiempos de cambio y ante un cambio de época. Hay que identificar las señales principales: en el plano técnico-económico, la revolución de la información y la biotecnología y la globalización financiera y productiva; en el plano de la cultura y los valores, la crisis de los llamados “Grandes Relatos” que acompañaron al capitalismo (y a su figura-sombra: el socialismo en distintas variantes).

 

La nueva época abre la perspectiva fáctica de una sociedad universal y estimula simultáneamente movimientos de unidad y asociatividad, movimientos de especificidad e identidad y una búsqueda general de sentido que vincule los planos inmanente y trascendente de la era nueva.

 

La Historia no es el reino de la homogeneidad y la armonía. En cada era, persisten residuos de las anteriores. Y en esta larga, inconclusa, transición epocal que vivimos encontramos restos activos de la etapa anterior que, aunque disgregados en su conexión interna, mantienen fuerza y vigencia práctica en la realidad.

 

Desde los primeros capítulos de la expansión capitalista –y en más de un sentido antes de su gran desarrollo material-, la visión que lo acompañó fue la idea del “Progreso”, un relato temporal que interpretaba la historia como una acumulación de pasos adelante que iba afirmando el primado de la “Razón”. Una acumulación en la que cada paso encarnaba una superación del anterior y en la que lo “Nuevo” era, por definición, mejor que lo “Viejo”. Las tradiciones y los valores heredados constituían obstáculos que demoraban el “Progreso” y que debían ser dominados por la fuerza o, por la fuerza, erradicados. La “Ciencia” se convertía en nueva religión y los milagros ya no estaban reservados a la Providencia, sino a la técnica, que los proveía a menudo.

 

Si el “Progreso” encarnaba la dimensión temporal de esa línea ascendente, había una dimensión “espacial”, la “Civilización”: con uno y otra como emblema, se encararon las grandes aventuras colonialistas. Había que incorporar nuevos espacios a la “Civilización” y acelerar los tiempos del “Progreso” en los territorios atemporales de la “Superstición” y las “tradiciones arcaicas”.

 

Reflexionemos sobre esta palabra, que el pensamiento clásico no había juzgado mal. Su raíz griega “arké” es la misma de la palabra que alude al gobierno: monarquía, oligarquía. El gobierno estaba vinculado a la idea de lo pre-existente, de las tradiciones. El “progresismo”, en cambio, apostaba a lo siempre flamante; despreciaba al pasado, soñaba con el futuro.

 

Pero el siglo XX iba a conmover el “Relato del Progreso” como movimiento necesario de la historia. Esa visión ingenuamente optimista que aún puede leerse, ¡nada menos!, en el frontispicio del local de la Unión Ferroviaria, en la Avenida Independencia, que reza: “Lento o impetuoso, el Progreso histórico prevalece”.

 

Los grandes experimentos totalitarios del siglo XX, las grandes guerras, la amenaza atómica, primero, y más tarde la derrota de la Unión Soviética en la guerra fría, la caída del muro de Berlín, la autoliquidación de la URSS, acribillaron las convicciones iluministas en el progreso como movimiento necesario de la Historia y detonaron la crisis en la última reserva ideológica de ese pensamiento: el marxismo-leninismo.

 

Aunque conmovido en sus cimientos, el “progresismo”, en sus diversas variantes, tendió a reagruparse conservadoramente alrededor de una suerte de “bricollage” de recetas, cuyos elementos básicos se encuentran en una concepción secularizada del mundo y en un afán normativo que tiende a juridizar derechos disímiles, definidos todos como “derechos humanos”, en un listado sin fin, en el que muchos de ellos son contradictorios con otros y que conviven en el caldo de un relativismo, para el cual, al fin de cuentas, no hay una jerarquía objetiva de valores. Lo que antes se presentaba como un movimiento propio de la realidad, ahora debe ser impuesto a esta como una acción normativa deliberada apoyada en un código de pensamiento, el “pensamiento políticamente correcto”.

 

Se trata, ahora, de un moralismo sin valores, sin tradición viva, sin identidad. Las identidades no se despliegan ni se desarrollan: se construyen, en un movimiento paralelo de adecuación a la decadencia y de elevación de la decadencia a principio fundante, en nombre de una libertad concebida como exaltación absoluta del “Yo”, y de la comunidad concebida como una yuxtaposición de átomos, una especie de ONU de individualidades y valores, una Babel indiferente, en la que el sentido no está extraviado, sino que ha desaparecido ante una pretendida neutralidad valorativa para la que, como diría el filósofo Minguito, todo “se gual”.

 

Aquella original fe en el progreso tenía vigor, así se apoyara ingenuamente en el mito del mundo liberado del futuro, en el cual todo sería diferente y bueno.

 

El progresismo actual ha perdido el vigor y la fe. El universalismo de aquel pensamiento progresista es ahora, en el mejor de los casos, mero cosmopolitismo. El determinismo histórico y natural se transmuta ahora en la producción de reglas abstractas.

 

La legitimidad, en pura y desnuda pretensión de legalidad. Incapacitado ya para ofrecer sentido a la realidad, el iluminismo “progresista” desilusionado vacila en el territorio de lo efímero, se balancea entre el moralismo regulatorio intrascendente y la opinión pública.

 

El moralismo, se sabe, es enemigo de la política y, si bien se mira, amigo y padre de los despotismos. La política se mueve en un horizonte de valores, de trascendencia, pero no cubre ni puede cubrir todo ese espacio. A César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

 

Porque la política es un oficio específico, con virtudes específicas, que tienen como objetivo lograr la mayor libertad, el mayor bienestar, la mayor potencia posibles de una comunidad. Debe contribuir a que esa comunidad pueda afrontar los desafíos que le presenta la realidad. Y debe hacerlo en el marco de la necesidad.

 

La tensión entre necesidad y valores es la que potencia el libre albedrío y, con él, la disposición artística de los conductores políticos. La comprensión de las determinaciones históricas es un prerrequisito de la decisión, pero se diferencia de la decisión. Como decía Poincaré, un juicio en el indicativo no determina una conclusión en el imperativo.

 

O, como ha alertado el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, hay diferencias entre lo que estamos en condiciones de hacer y lo que hay que hacer. “Hoy se piensa que, si se puede hacer algo, entonces se debe hacer. En este caso, la libertad se hace absoluta y deja de tener criterios morales”.

 

El “progresismo” decepcionado, como la conciencia desdichada, tropieza con la abstracción de su moralismo regulatorio y busca entonces la realidad fugaz en los talantes de la opinión pública. Consulta el oráculo de las encuestas. Adquiere el ritmo neurótico de los medios, pregunta a la actualidad instantánea y no se deja interrogar por la realidad. Pierde la mirada larga de las tendencias centrales.

 

En rigor, se vuelve reaccionario, porque rechaza los movimientos profundos de la época: la búsqueda de valores que den sentido a las grandes transformaciones que, activa o pasivamente, protagonizamos y que contribuyan a conducir lo inevitable; el desarrollo de las fuerzas productivas impulsadas por el amplio despliegue de la revolución científica y tecnológica.

 

Las ideologías de la época que entra en su crepúsculo no están en condiciones de asumir los desafíos de la que está naciendo: afirmación simultánea de lo propio y de lo asociativo, de lo particular y lo universal. La necesidad de trascendencia y el anclaje en la identidad histórico-cultural.

 

Si estos son los desafíos, las soluciones están, sin embargo, ante nuestros ojos. La última elección norteamericana y la investidura papal del cardenal Ratzinger son signos elocuentes. Sucede, como decía Marx, que la Humanidad solo se plantea las preguntas que está en condiciones de responder.